Según el Banco Mundial,
el total de seres humanos que vive en la pobreza más absoluta, con un dólar al
día o menos, ha crecido de 1200 millones en 1987 a 1500 en la actualidad y, si
continúan las actuales tendencias, alcanzará los 1900 millones para el 2015. Y
casi la mitad de la humanidad no dispone de dos dólares al día. Como señalan
Sen y Kliksberg (2007, pp. 8), “el 10% más rico tiene el 85 % del capital
mundial, la mitad de toda la población del planeta solo el 1%”. Pero, como explica
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), “La pobreza no se
define exclusivamente en términos económicos (…) también significa
malnutrición, reducción de la esperanza de vida, falta de acceso a agua potable
y condiciones de salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de
acceder a la escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a
ciertos bienes”. Desde la perspectiva de Sen (Cortina y Pereira, 2009), la
pobreza es ante todo falta de libertad para llevar adelante los planes de vida
que una persona tiene razones para valorar, es decir, que las personas puedan
ser agentes de sus propias vidas (“Libertad de agencia”).
Al abordar el problema de la pobreza
extrema se suelen señalar tres hechos que reclaman una atención inmediata: la
mortalidad prematura, la desnutrición y el analfabetismo (CMMAD, 1998). Ésa es
la razón por la que el PNUD ha introducido el IDH (Índice de Desarrollo Humano)
que intenta reflejar el bienestar desde un punto de vista más amplio, contemplando
tres dimensiones -longevidad, estudios y nivel de vida- y que se ha convertido
en un instrumento para evaluar las diferentas entre países.
Y toda esta problemática hay que
contemplarla en su contexto y en su evolución: esa terrible pobreza se produce mientras
parte del planeta asiste a un espectacular crecimiento económico. Es decir,
estamos ante una pobreza que coexiste con una riqueza en aumento, de
forma que en los últimos 40 años –señala el mismo informe del Banco Mundial- se
han duplicado las diferencias entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres
del planeta. “Si no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los
próximos años”, expresaba con preocupación en 1997 el presidente del Banco
Mundial, señalando el peligro de que la pobreza acabe estallando “como una
bomba de relojería”. . Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países:
es preciso salir también al paso de las fuertes discriminaciones y
segregación social que se dan en el seno de una misma sociedad y, muy en particular,
de las que afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta (ver Igualdad de género ).
Jeffrey Sachs, profesor de Desarrollo
Sostenible del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia y asesor
especial de Kofi Annan, en su libro dedicado a la lucha contra la pobreza y la
marginación en el mundo, señala: "Actualmente, más de ocho millones de
personas mueren todos los años en todo el mundo porque son demasiado pobres
para sobrevivir (...) La enorme distancia que hoy separa a los países ricos de
los pobres es un fenómeno nuevo, un abismo que se ha abierto durante el período
de crecimiento económico moderno. En 1820, la mayor diferencia entre ricos y
pobres -en concreto, entre la economía puntera del mundo de la época, el Reino
Unido y la región más pobre del planeta, África- era de cuatro a uno, en cuanto
a la renta per cápita... En 1998, la distancia entre la economía más rica,
Estados Unidos, y la región más pobre, África, se había ampliado ya de veinte a
uno" (Sachs, 2005 pp.25 y 62). En definitiva, un quinto de la humanidad
vive confortablemente mientras otro quinto sufre la mayor de las penurias (con
una renta inferior a un dólar por día) y más de la mitad está por debajo del
umbral de la pobreza (menos de dos dólares diarios).
Quizás sea en las diferencias en el
consumo donde las desigualdades aparecen con mayor claridad: por cada
unidad de pescado que se consume en un país pobre, en un país rico se consumen
7; para la carne la proporción es 1 a 11; para la energía 1 a 17; para las
líneas de teléfono 1 a 49; para el uso del papel 1 a 77; para automóviles 1 a
145. El 65% de la población mundial nunca ha hecho una llamada
telefónica… ¡y el 40% no tiene ni siquiera acceso a la electricidad! Un dato
del consumo que impresiona particularmente, y que resume muy bien las
desigualdades, es que un niño de un país industrializado va a consumir en
toda su vida lo que consumen 50 niños de un país en desarrollo.
¿Y qué podemos decir de
las diferencias en educación? Mientras en países como el Reino Unido se estudia
la forma de lograr que el 90% de los jóvenes sigan estudiando más allá de los
17 años, al terminar el periodo de escolarización obligatoria, millones de
niños siguen sin acceder a la alfabetización básica. Se niega el derecho a
la educación a millones de niños y, sobre todo, niñas, y se les condena a una
vida sin perspectivas… sin que siquiera tenga sentido reclamar la prohibición
del trabajo infantil, si ello no va acompañado de otras medidas que garanticen
su supervivencia, porque la alternativa suele ser la criminalidad y la
prostitución. Y, como reconoce el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), "la educación insuficiente y la falta de acceso a la
información hace que a millones de personas de todo el mundo les resulte muy
difícil comprender cómo prevenir y curar enfermedades" - desde los
problemas respiratorios hasta la malaria o el SIDA- que "merman la
productividad de las personas y suelen representar un importante lastre para
las familias".
Y va a seguir
agravándose la explotación de los ecosistemas hasta dejarlos exhaustos. El
PNUD recuerda que "la pobreza suele confinar a los pobres que viven en el
medio rural a tierras marginales, contribuyendo así a la aceleración de la
erosión, al aumento de la vulnerabilidad ecológica, a los desprendimientos de
tierras, etc.". E insiste: "La pobreza lleva a la deforestación por
el uso inadecuado de la madera y de otros recursos para cocinar, calentar,
construir casas y productos artesanales, privando así a los grupos vulnerables
de bienes fundamentales y acelerando la espiral descendente de la pobreza y la
degradación medioambiental". En resumen, no somos únicamente los
consumistas del Norte quienes degradamos el planeta (ver Un consumo responsable). Los habitantes del
Tercer Mundo se ven obligados, hoy por hoy, a contribuir a esa
destrucción, de la que son las principales y primeras víctimas: pensemos, por
ejemplo, que se ha demostrado “la relación directa y estrecha entre los
procesos de desertificación (que produce hambrunas) y los alzamientos y
revueltas populares en el mundo en desarrollo” (Delibes y Delibes, 2005). Pero
esta destrucción afectará cada vez más a todos. El PNUD lo ha expresado con
nitidez: El bienestar de cada uno de nosotros también depende, en gran
parte, de que exista un nivel de vida mínimo para todos.
La reducción de la pobreza y la
universalización de los Derechos Humanos se convierte así en una
necesidad absoluta para la supervivencia de la especie humana y aunque sólo sea
por egoísmo inteligente es preciso actuar, porque la prosperidad de un
reducido número de países no puede durar si se enfrenta a la extrema pobreza de
la mayoría (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000; Vilches y Gil, 2003; Sachs,
2005). Las sociedades del bienestar, nos recuerda Mayor Zaragoza, no podrán
mantener permanentemente lejos de sus fronteras las inmensas bolsas de miseria
y se generarán focos de inmigración imparables (ver Conflictos
y violencias). Como señala Yunus (2005), la pobreza es
una creación de los seres humanos y, en consecuencia, ellos son quienes tienen
capacidad y posibilidad de solucionarla.
Esta pobreza extrema está vinculada al
conjunto de problemas que caracterizan la situación de emergencia planetaria,
desde la degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos a la
explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre literal y, en
definitiva, en baja esperanza de vida.
Por lo que se refiere a las enfermedades,
en las últimas décadas del siglo XX hemos asistido a un fuerte rebrote de las
enfermedades parasitarias asociado a las dificultades de acceso al agua potable
y a carencias en los servicios de salud. Las grandes concentraciones humanas
que el crecimiento demográfico ha propiciado han favorecido la extensión de
enfermedades víricas como el SIDA, provocando fuertes descensos en la esperanza
de vida en países como Zambia (¡apenas 37 años de esperanza de vida!), Malawi
(39) o Mozambique (40).
Pero incluso sin esa incidencia del SIDA,
la mayor parte de los países africanos no llega a los 50 años de esperanza de
vida, debido, en buena parte, a las enfermedades asociadas a los problemas
medioambientales, que afectan sobre todo a las condiciones insalubres de la
vivienda y el entorno que se dan en los países pobres: dengue, malaria,
infecciones de todo tipo, tuberculosis, etc. Como señala un informe de la
Organización Mundial de la Salud (OMS) de junio de 2006, la cuarta parte de las
enfermedades que sufren los habitantes del planeta tienen su origen en
problemas medioambientales.
Y junto a la enfermedad, el hambre, la
desnutrición, potenciándose mutuamente. Cada año mueren en el mundo 15 millones
de niños por causas relacionadas con el hambre, lo que supone una cifra de
40000 muertes diarias. Más de la cuarta parte de las poblaciones asiáticas y
africanas sufre tal desnutrición que queda indefensa frente a las enfermedades
y no es posible el normal desarrollo físico y mental de los niños. . Y esta
situación alimentaria mundial se está agravando con la compra de tierras
cultivables en los países en desarrollo por parte de grandes empresas, con lo
que los más pobres pierden sus tierras y el acceso al agua, mientras suben los
precios de los alimentos en los mercados internacionales.
Esta hambre crónica, permanente, es mucho
más grave que esas hambrunas que los medios de comunicación airean
periódicamente, dando la impresión de que se trata de puntuales
desabastecimientos, atribuibles a los propios países en los que se padece el
hambre. Se dice, por ejemplo, que en el Cuerno de África, mientras se
producía la hambruna de principios de los 80, esos países estaban exportando
algodón, caña de azúcar, café y otros cultivos. Y más recientemente, en 1998,
Indonesia exportaba 4 millones de toneladas de arroz, a pesar de que el
país sufría la peor sequía de los últimos 50 años y de que 40 millones de
indonesios sufrían desnutrición. ¿Cómo es posible -se preguntan algunos- que el
80% de los niños hambrientos en el mundo en desarrollo vivan, según la FAO, en
países con excedentes en los alimentos?
La pregunta, por supuesto, la deberíamos
extender al conjunto del planeta, porque el 100% de los niños hambrientos viven
en un planeta en el que el número de obesos ha alcanzado al de desnutridos por
primera vez en la historia 1200 millones de personas de los 6000 que habitan la
Tierra comen más de lo que necesitan mientras que una cantidad idéntica padece
hambre (Vilches y Gil, 2003).
En definitiva, las enfermedades y el
hambre endémica son causa de grandes sufrimientos en numerosas partes del
mundo, debilitando y matando a cientos de millones de personas.
De hecho, estudios fiables de muy diversa
procedencia (PNUD, Banco Mundial…) prueban que se podría erradicar la
pobreza extrema, con sus secuelas de enfermedad, hambre, analfabetismo… con
inversiones relativamente modestas. Por ejemplo, se sabe que con un gasto
adicional de únicamente 13000 millones de dólares se resolverían los problemas
de salud y nutrición del conjunto de la población mundial. Con 9000 millones
habría agua y saneamiento para todos. La escolarización de todos los niños y
niñas supondría un coste adicional de 6000 millones. Y con 12000 millones se
haría frente a los problemas de salud reproductiva que ayudarían a regular la
demografía. En total, tan solo unos 40000 millones de dólares. Según eso, con
el 5% del gasto militar mundial se cubrirían todos los gastos imprescindibles
que hemos enumerado.
Como ha escrito Federico Mayor Zaragoza
“es inaceptable que un mundo que gasta aproximadamente 800000 millones de
dólares al año en armamento no pueda encontrar el dinero - estimado en 6000
millones- para dar escuelas a todos los niños en el año 2000”. Y añade otras
preguntas similares relativas, por ejemplo, a lo que costaría inmunizar a todos
los niños de los países en desarrollo de la larga lista de enfermedades que les
amenazan: una cifra que representa el gasto militar de un solo día en el mundo.
Y es igualmente inaceptable que la deuda externa siga atenazando a los países
en desarrollo, mientras se ignora la deuda ecológica que los
países desarrollados han contraído con el resto del planeta “por la utilización
masiva que han hecho de sus recursos forestales, mineros y, en general, de su
biodiversidad, así como por la ocupación de su espacio ambiental con residuos”
(Novo, 2006).
El problema no es, pues, fundamentalmente
económico, sino de prioridades. Como señala la Organización de las Naciones
Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), acabar con el hambre y la
pobreza debe ser una prioridad para todos. Un objetivo que requiere, se señala,
la creación de una Alianza Internacional contra el Hambre, contra
la pobreza y por el logro de la seguridad alimentaria del conjunto de la
población mundial. Una seguridad alimentaria que, de acuerdo con la FAO, exige
que todas las personas tengan acceso físico y económico, en todo momento, a
suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades. A
este respecto la FAO ha introducido el concepto de ADSR (Agricultura y
desarrollo rural sostenibles), definiéndolo como un proceso que cumple con los
siguientes criterios (http://www.fao.org/wssd/sard/faodefin_es.htm):
- Garantiza que los requerimientos nutricionales básicos de las
generaciones presentes y futuras sean atendidos cualitativa y
cuantitativamente, al tiempo que provee una serie de productos agrícolas.
- Ofrece empleo estable, ingresos suficientes y condiciones de vida y de
trabajo decentes para todos aquellos involucrados en la producción
agrícola.
- Mantiene, y allí donde sea posible, aumenta la capacidad productiva de
la base de los recursos naturales como un todo, y la capacidad
regenerativa de los recursos renovables, sin romper los ciclos ecológicos
básicos y los equilibrios naturales, lo que destruyen las características
socioculturales de las comunidades rurales o contamina el medio ambiente.
- Reduce la vulnerabilidad del sector agrícola frente a factores
naturales y socioeconómicos adversos y otros riesgos y refuerza la
autoconfianza.
Se precisa por ello una auténtica
movilización ciudadana y la participación en todo tipo de acciones como la
denominada Campaña Pobreza Cero o las relacionadas con la Ayuda al
Desarrollo, la cancelación de la Deuda Externa, la extensión de los programas
de microcréditos, basados en la experiencia del Grameen Bank impulsado por
Muhammed Yunus (Premio Nobel de la Paz), que pretenden contribuir en la
resolución de la “exclusión social” (pobreza, hambre y marginación social),
etc. Es preciso que se haga realidad el compromiso adquirido por los líderes
mundiales en la llamada Cumbre del Milenio de Naciones Unidas, celebrada
en septiembre de 2000, para reducir la pobreza, la enfermedad, el hambre, el
analfabetismo y la degradación del medio ambiente, reflejado en el documento “Nosotros,
los pueblos: la función de Naciones Unidas en el siglo XXI”, que fue
la base de la Declaración del Milenio. Un compromiso que, aunque hasta aquí no
se esta traduciendo en hechos, alimenta la esperanza de que es posible acabar
con la pobreza en el mundo y alcanzar un desarrollo sostenible para toda la
humanidad (Sachs, 2005 y 2008). En caso contrario los conflictos acabarán
afectándonos a todos (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000). Todos tenemos, pues,
el deber de participar en acciones sociopolíticas para que los gobiernos
cumplan los compromisos del milenio de ayuda al Tercer Mundo y de
defensa de la sostenibilidad (ver Educación para la sostenibilidad).
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