Reflexividad
Política:
El
conflicto del riesgo no es, ciertamente, el primer conflicto que las sociedades
modernas han tenido que dominar, pero es uno de los más fundamentales. (...) La
doble cara del “progreso autoaniquilante”, sin embargo, produce conflictos que
arrojan dudas sobre la base social de la racionalidad: la ciencia, el derecho,
la democracia. De ese modo, la sociedad se sitúa bajo la presión permanente de
negociar fundamentos sin fundamento. Experimenta una desestabilización
institucional en la que todas las decisiones –desde la política de los
gobiernos locales respecto a los límites de velocidad y los aparcamientos, pasando
por los detalles de la fabricación de mercancías industriales, hasta las
cuestiones fundamentales del abastecimiento energético, el derecho y el
desarrollo tecnológico- pueden quedar repentinamente absorbidas por conflictos
políticos fundamentales (103).
Se
han contrastado distintos tipos de revoluciones: golpes de estado, lucha de
clases, resistencia civil, etcétera. Lo que todas tienen en común es la
conquista y pérdida del poder de sujetos sociales.La revolución como un proceso
que ha cobrado autonomía, como una condición oculta, latente y permanente en la
que las condiciones colaboran contra sus propios intereses, en tanto que las
estructuras políticas o las relaciones de propiedad y poder permanecen
inalterables, es una posibilidad que, hasta el momento y hasta donde yo sé,
nunca se ha tenido en cuenta ni pensado en profundidad. Pero es éste el esquema
conceptual en el que encaja el poder social de la amenza (incluso si es
un poder social sólo en relación con los movimientos políticos que lo activan).
Es producto de los hechos, no requiere ninguna autorización política ni ninguna
autenticación. Una vez que cobra existencia, la conciencia pública de él se
pone en peligro a todas las instituciones –desde la empresa a la ciencia, desde
el derecho a la política- que lo han producido y legitimado (104-105).
El
adversario más influyente de la industria de la amenaza es la propia industria
de la amenaza.
Expresándolo
de otro modo, el poder de los movimientos sociales no sólo se basa en ellos
mismos, sino también en la calidad y el alcance de las contradicciones en las
que incurren las industrias que producen y administran los peligros en la
sociedad del riesgo. Estas contradicciones se hacen públicas y escandalosas a
través de actividades provocadoras de los movimientos sociales. Por tanto, no
existe únicamente un procesos autónomo de encubrimiento de los peligros, sino
también tendencias opuestas que desvelan ese encubrimiento, incluso aunque sean
mucho menos acusadas y siempre dependan del valor civil de los individuos y de
la vigilancia de los movimientos sociales (106).
El
poder de oposición de la revelación no intencionada de los peligros depende,
por supuesto, de condiciones sociales globales, que hasta el momento sólo se
cumplen en unos pocos países: la democracia parlamentaria, la independencia
(relativa) de la prensa, la producción avanzada de bienestar en la que la
amenaza invisible del cáncer no quede eclipsada para la mayoría del pueblo, por
la subalimentación aguda y el hambre.
En
este sentido, no es exagerado afirmar que grupos de ciudadanos han tomado la
iniciativa temática en esta sociedad. Han sido ellos los que han llevado a
la agenda social los temas de un mundo amenazado en contra de la resistencia de
los partidos establecidos. En ningún lugar queda esto tan patente como en el
fantasma de la “nueva unidad” que está recorriendo Europa. La compulsión de
rendir pleitesía ecológica es universal 107.
La
utopía de la democracia ecológica
Vivimos
en una era de fatalismo tecnológico, una “edad media industrial” que debe
superarse con más democracia: demandando más responsabilidades, redistribuyendo
la carga de la prueba, estableciendo una separación de poderes entre los
productores y los evaluadores de los peligros, entablando disputas públicas
sobre las alternativas tecnológicas. Esto requiere a su vez diferentes formas
de organización para la ciencia y la empresa, para la ciencia y la esfera
pública, para la ciencia y la política, para la tecnología y el derecho, etc.
La
extensión ecológica de la democracia significa, pues, el desarrollar el
concierto de voces y poderes, el desarrollo de la independencia de la política,
el derecho, la esfera pública y la vida cotidiana frente a la peligrosa y falsa
seguridad de una “sociedad concebida en abstracto”.
Mi
sugerencia contiene dos principios interrelacionados: el primero, llevar a cabo
una separación de poderes; el segundo, crear una esfera pública. Sólo un debate
público vigoroso y competente, “armado” con argumentos científicos, es capaz de
separar el grano científico de la paja y permitir a las instituciones rectoras
de la tecnología –la política y el derecho- reconquistar el poder de su propio
criterio (110).
Los
medios: en todas las cuestiones centrales para la sociedad, siempre deben
combinarse voces disidentes, expertos alternativos, variedad interdisciplinaria
y, no en último término, alternativas a desarrollar sistemáticamente (110-111).
No hay comentarios:
Publicar un comentario