domingo, 6 de octubre de 2013

La contrafuerza de la amenaza y las oportunidades de influencia de los movimientos sociales

Reflexividad Política: 

El conflicto del riesgo no es, ciertamente, el primer conflicto que las sociedades modernas han tenido que dominar, pero es uno de los más fundamentales. (...) La doble cara del “progreso autoaniquilante”, sin embargo, produce conflictos que arrojan dudas sobre la base social de la racionalidad: la ciencia, el derecho, la democracia. De ese modo, la sociedad se sitúa bajo la presión permanente de negociar fundamentos sin fundamento. Experimenta una desestabilización institucional en la que todas las decisiones –desde la política de los gobiernos locales respecto a los límites de velocidad y los aparcamientos, pasando por los detalles de la fabricación de mercancías industriales, hasta las cuestiones fundamentales del abastecimiento energético, el derecho y el desarrollo tecnológico- pueden quedar repentinamente absorbidas por conflictos políticos fundamentales (103).

Se han contrastado distintos tipos de revoluciones: golpes de estado, lucha de clases, resistencia civil, etcétera. Lo que todas tienen en común es la conquista y pérdida del poder de sujetos sociales.La revolución como un proceso que ha cobrado autonomía, como una condición oculta, latente y permanente en la que las condiciones colaboran contra sus propios intereses, en tanto que las estructuras políticas o las relaciones de propiedad y poder permanecen inalterables, es una posibilidad que, hasta el momento y hasta donde yo sé, nunca se ha tenido en cuenta ni pensado en profundidad. Pero es éste el esquema conceptual en el que encaja el poder social de la amenza (incluso si es un poder social sólo en relación con los movimientos políticos que lo activan). Es producto de los hechos, no requiere ninguna autorización política ni ninguna autenticación. Una vez que cobra existencia, la conciencia pública de él se pone en peligro a todas las instituciones –desde la empresa a la ciencia, desde el derecho a la política- que lo han producido y legitimado (104-105).

El adversario más influyente de la industria de la amenaza es la propia industria de la amenaza.

Expresándolo de otro modo, el poder de los movimientos sociales no sólo se basa en ellos mismos, sino también en la calidad y el alcance de las contradicciones en las que incurren las industrias que producen y administran los peligros en la sociedad del riesgo. Estas contradicciones se hacen públicas y escandalosas a través de actividades provocadoras de los movimientos sociales. Por tanto, no existe únicamente un procesos autónomo de encubrimiento de los peligros, sino también tendencias opuestas que desvelan ese encubrimiento, incluso aunque sean mucho menos acusadas y siempre dependan del valor civil de los individuos y de la vigilancia de los movimientos sociales (106).

El poder de oposición de la revelación no intencionada de los peligros depende, por supuesto, de condiciones sociales globales, que hasta el momento sólo se cumplen en unos pocos países: la democracia parlamentaria, la independencia (relativa) de la prensa, la producción avanzada de bienestar en la que la amenaza invisible del cáncer no quede eclipsada para la mayoría del pueblo, por la subalimentación aguda y el hambre.

En este sentido, no es exagerado afirmar que grupos de ciudadanos han tomado la iniciativa temática en esta sociedad. Han sido ellos los que han llevado a la agenda social los temas de un mundo amenazado en contra de la resistencia de los partidos establecidos. En ningún lugar queda esto tan patente como en el fantasma de la “nueva unidad” que está recorriendo Europa. La compulsión de rendir pleitesía ecológica es universal 107.

La utopía de la democracia ecológica

Vivimos en una era de fatalismo tecnológico, una “edad media industrial” que debe superarse con más democracia: demandando más responsabilidades, redistribuyendo la carga de la prueba, estableciendo una separación de poderes entre los productores y los evaluadores de los peligros, entablando disputas públicas sobre las alternativas tecnológicas. Esto requiere a su vez diferentes formas de organización para la ciencia y la empresa, para la ciencia y la esfera pública, para la ciencia y la política, para la tecnología y el derecho, etc.

La extensión ecológica de la democracia significa, pues, el desarrollar el concierto de voces y poderes, el desarrollo de la independencia de la política, el derecho, la esfera pública y la vida cotidiana frente a la peligrosa y falsa seguridad de una “sociedad concebida en abstracto”.

Mi sugerencia contiene dos principios interrelacionados: el primero, llevar a cabo una separación de poderes; el segundo, crear una esfera pública. Sólo un debate público vigoroso y competente, “armado” con argumentos científicos, es capaz de separar el grano científico de la paja y permitir a las instituciones rectoras de la tecnología –la política y el derecho- reconquistar el poder de su propio criterio (110).

Los medios: en todas las cuestiones centrales para la sociedad, siempre deben combinarse voces disidentes, expertos alternativos, variedad interdisciplinaria y, no en último término, alternativas a desarrollar sistemáticamente (110-111).

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