lunes, 10 de noviembre de 2014

Los siete saberes necesarios para la educación del futuro"

 Trabajo elaborado para la UNESCO por Edgar Morín como contribución a la reflexión internacional sobre cómo educar para un futuro sostenible.

           Dentro del proyecto transdisciplinario de la UNESCO "Educación para un Futuro Sostenible", se invitó al autor a expresar sus propuestas. En el Prefacio el director general de la UNESCO, Federico Mayor, señala que cuando miramos hacia el futuro, vemos con incertidumbre lo que será el mundo de nuestros hijos, pero al menos de algo podemos estar seguros: si queremos que la Tierra pueda satisfacer las necesidades de los seres humanos, entonces la sociedad humana deberá transformarse. Debemos, por consiguiente, trabajar para construir un futuro viable

   La democracia, la equidad y la justicia social, la paz y la armonía con nuestro entorno natural deben ser las palabras clave de este mundo en devenir. La educación es la fuerza del futuro porque constituye uno de los instrumentos más poderosos para realizar el cambio. Debemos reformular nuestras políticas y programas educativos, pensar de nuevo la educación en términos de durabilidad, reorientar la educación hacia el desarrollo sostenible.

En el Prólogo, Edgar Morín afirma que el texto pretende esencialmente exponer problemas centrales o fundamentales que permanecen por completo ignorados u olvidados y que son necesarios para enseñar en el Siglo XXI. Para el autor, hay siete saberes fundamentales que la educación del futuro debería tratar en cualquier sociedad y en cualquier cultura, y que trata en los siete capítulos que contiene el libro:

Capítulo I: Las cegueras del conocimiento: El error y la ilusión. Se afirma que es muy deficiente el hecho de que la educación, que es la que tiende a comunicar los conocimientos, permanezca ciega ante lo que es el conocimiento humano, sus disposiciones, sus imperfecciones, sus dificultades, sus tendencias tanto al error como a la ilusión y no se preocupe en absoluto por hacer conocer lo que es conocer.

En efecto, el conocimiento no se puede considerar como una herramienta "ready made" que se puede utilizar sin examinar su naturaleza. El conocimiento del conocimiento debe aparecer como una necesidad primera que sirva de preparación para afrontar riesgos permanentes de error y de ilusión que no cesan de parasitar la mente humana. Se trata de armar cada mente en el combate vital para la lucidez.

Es necesario introducir y desarrollar en la educación y el estudio de las características cerebrales, mentales y culturales del conocimiento humano, de sus procesos y modalidades, de las disposiciones tanto síquicas como culturales que permitan arriesgar el error o la ilusión. La educación debe entonces dedicarse a la identificación de los orígenes de errores, de ilusiones y cegueras.

Capítulo II: Los principios de un conocimiento pertinente. Aquí, se parte de la premisa de que existe un problema capital aún desconocido: La necesidad de promover un conocimiento capaz de abordar los problemas globales y fundamentales para inscribir allí los conocimientos parciales y locales. La supremacía de un conocimiento fragmentado, según la disciplina, impide a menudo operar el vínculo entre las partes y las totalidades y debe dar paso a un modo de conocimiento capaz de aprehender los objetos en sus contextos, sus complejidades y sus conjuntos.

Es necesario desarrollar la aptitud natural de la inteligencia humana para ubicar todas sus informaciones en un contexto y en un conjunto. Es necesario enseñar los métodos que permiten aprehender las relaciones mutuas y las influencias recíprocas entre las partes y todo en un mundo complejo.

Capítulo III: Enseñar la condición humana. En esta parte, el autor establece que el ser humano es a la vez físico, biológico, síquico, cultural, social e histórico. Es esta unidad compleja de la naturaleza humana la que está completamente desintegrada en la educación a través de las disciplinas y que imposibilita aprender lo que significa ser humano. Hay que restaurarla de manera que cada uno, desde donde esté, tome conocimiento y conciencia al mismo tiempo de su identidad compleja y de su identidad común a todos los demás humanos. Así, la condición humana debería ser objeto esencial de cualquier educación.

Este capítulo indica como a partir de las disciplinas actuales, es posible reconocer la unidad y la complejidad humanas, reuniendo y organizando conocimientos dispersos en las ciencias de la naturaleza, en las ciencias humanas, la literatura, la filosofía, mostrando así la unión indisoluble entre la unidad y la diversidad de todo lo que es humano.

Capítulo IV: Enseñar la identidad terrenal. Argumenta Edgar Morín que en lo sucesivo, el destino planetario del género humano será otra realidad fundamental ignorada por la educación. El conocimiento de los desarrollos de la era planetaria que se están incrementando en el presente siglo y el reconocimiento de la identidad terrenal que será cada vez más indispensable para cada uno y para todos, deben convertirse en uno de los mayores objetos de la educación.

Es pertinente enseñar la historia de la era planetaria que comienza con la comunicación de todos los continentes en el siglo XVI mostrando cómo se volvieron intersolidarias todas las partes del mundo sin que por ello ocultemos las opresiones que han asolado a la humanidad y que aún no han desaparecido.

Se señala la complejidad de la crisis planetaria que enmarca el siglo XXI, mostrando que todos los humanos, confrontados desde ahora con los mismos problemas de vida y muerte, viven en una misma comunidad de destino.

Capítulo V: Enfrentar las incertidumbres. Las ciencias nos han hecho adquirir muchas certezas, pero de la misma manera nos han revelado innumerables campos de incertidumbre. Se propone que la educación debería comprender la enseñanza de las incertidumbres que han aparecido en las ciencias físicas (microfísica, termodinámica, cosmología), en las ciencias de la evolución biológica y en las ciencias históricas.

Se tendrían que enseñar principios de estrategia que permitan afrontar los riesgos, lo inesperado, lo incierto y modificar su desarrollo en virtud de las informaciones adquiridas en el camino. Es necesario aprender a navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza. Es imperativo que todos los que tienen la responsabilidad de la educación estén a la vanguardia con la incertidumbre de nuestros tiempos.

Capítulo VI: Enseñar la comprensión. En esta parte, el autor Edgar Morín señala que la comprensión es, al mismo tiempo, medio y fin de la comunicación humana. Ahora bien, la educación para la comprensión -argumenta- está ausente de nuestras enseñanzas. El planeta necesita comprensiones mutuas en todos los sentidos. Teniendo en cuenta la importancia de la educación para la comprensión en todos los niveles educativos y en todas las edades, el desarrollo de la comprensión necesita una reforma de las mentalidades. Y se concluye que tal debe ser la tarea para la educación del futuro.

La necesidad de estudiar la incomprensión desde sus raíces, sus modalidades y sus efectos, conocer las causas de los racismos, las xenofobias y los desprecios. Constituiría al mismo tiempo, una de las bases más seguras para la educación por la paz, a la cual estamos ligados por esencia y vocación.

Capítulo VII: La ética del género humano. Edgar Morín escribe que la ética no se puede enseñar con lecciones de moral, sino formarse en las mentes a partir de la conciencia de que el humano es al mismo tiempo individuo, parte de una sociedad y parte de una especie. Llevamos en cada uno de nosotros esta triple realidad. De igual manera, todo desarrollo verdaderamente humano debe comprender el desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y la conciencia de pertenecer a la especie humana.

De ahí, el autor esboza las dos grandes finalidades ético-políticas del nuevo milenio: Establecer una relación de control mutuo entre la sociedad y los individuos por medio de la democracia y concebir la Humanidad como comunidad planetaria. La educación no sólo debe contribuir a una toma de conciencia de nuestra Tierra-Patria, sino también permitir que esta conciencia se traduzca en la voluntad de realizar la ciudadanía terrena.