domingo, 3 de noviembre de 2013

Reducción de desastres

http://www.oei.es/decada/chernobil.jpgEn el Tema de Acción Clave dedicado a la contaminación sin fronteras nos referíamos a las consecuencias catastróficas de algunos “accidentes”, como el que supuso la explosión del reactor nuclear de Chernobyl, auténtico desastre ambiental y humano. Y señalábamos que, a menudo, no se trata de hechos accidentales, sino de auténticas catástrofes anunciadas. Intentaremos fundamentar aquí esta tesis y mostrar su validez general en todo tipo de desastres, incluidos los considerados  “naturales”.  Sólo esta comprensión nos permitirá hacer frente a los mismos y adoptar medidas efectivas para su reducción.
Las tormentas, inundaciones, erupciones volcánicas, etc., son fenómenos que aparecen ligados a las “potentes fuerzas de la naturaleza”, por lo que son denominados “desastres naturales”. Sin embargo, el hecho de que dichos desastres estén experimentando un fuertísimo incremento y se hayan más que triplicado desde los años 70 llevó a Janet Abramovitz (1999) y a muchos otros investigadores a reconocer el papel de la acción humana en este incremento y a hablar de “desastres antinaturales.
El recuerdo de algunos ejemplos nos ayudará a comprender la gravedad de este incremento de desastres, que caracteriza la actual situación de emergencia planetaria: http://www.oei.es/decada/katrina-6.jpg
  • Los archivos históricos señalan que durante siglos hubo inundaciones del río Yangtze en la provincia china de Hunau uno de cada veinte años, mientras que ahora ¡se repiten 9 de cada 10 años!
  • En la zona del Caribe y Centroamérica siempre hubo huracanes, pero en 1998, el huracán Mitch barrió Centroamérica durante más de una semana, dejando más de 10000 muertos. Fue el huracán más devastador de cuantos habían afectado al Atlántico en los últimos 200 años. Después vinieron otros, como el Katrina, de efectos igualmente destructivos y en número siempre en aumento.
  • Las olas de calor en la Europa húmeda se repiten a un ritmo desconocido hasta aquí, intercalando sequías e inundaciones…
Año tras año se superan los récords en desastres. Y aunque hasta aquí están afectando muy particularmente a quienes, víctimas de una pobreza extrema, ocupan zonas de riesgo en viviendas sin protección alguna, inundaciones como las que sufre el centro de Europa o huracanes como el Katrina muestran que no queda libre ninguna región del planeta, que nos enfrentamos, de nuevo, a un problema planetario.
Pero no se trata de desastres naturales: al destruir los bosques, desecar las zonas húmedas o desestabilizar el clima –señalan los expertos- estamos atacando un sistema ecológico que nos protege de tormentas, grandes sequías, huracanes y otras calamidades. Con otras palabras, las acciones humanas guiadas por intereses a corto plazo –contaminación, deforestación, destrucción de humedales…- que están contribuyendo al cambio climático, son responsables de la amplificación de los fenómenos extremos (Delibes y Delibes, 2005).
http://www.oei.es/decada/tantze.jpgCentroamérica, por ejemplo, tiene las tasas mundiales de deforestación más altas. Cada año la región pierde entre el 2 y el 4% de su superficie forestal. Sin esa protección necesaria, el Mitch se llevó por delante las desnudas laderas, puentes, casas, personas... Y el aumento de las inundaciones del Yangtze ha sido paralelo a la deforestación de su cuenca. Lo mismo sucedió en Bangladesh por la deforestación en la cuenca alta del Himalaya que causó la peor inundación del siglo también en el verano del 98.
El cambio climático ejerce presiones adicionales por las consecuencias del deshielo, lo que provocará –está provocando ya- condiciones de avalanchas y desprendimiento de lodos y desechos. Pero los desastres del deshielo van mucho más allá: el continente de la Antártida constituye el 10 por ciento de la superficie emergida de la Tierra, la mayor parte de ella cubierta por una enorme capa de hielo que si se fundiera haría ascender el nivel de los océanos cubriendo las zonas costeras en las que concentra hoy la mayor parte de la población. Un desastre, de consecuencias inimaginables, que ya ha empezado a anunciarse con la desaparición de algunas islas del Índico.
Podríamos multiplicar los ejemplos que vinculan claramente el incremento de los desastres con la actividad humana: baste referirse a la crisis de los arrecifes de coral, que están perdiéndose por efecto directo de actividades humanas que incluyen los vertidos de petróleo, de residuos, el desarrollo costero, la colisión de barcos, la deforestación y los cultivos de tierra adentro que ocasionan la descarga de sustancias dañinas, etc., amén de la extracción del coral y la sobreexplotación pesquera. Se pierde así la protección que estos arrecifes de coral ejercen de las tormentas, la erosión y las inundaciones: los efectos de los recientes “sutnamis”, con centenares de miles de muertos, han sido muy superiores debido a la destrucción de las barreras coralinas.
http://www.oei.es/decada/4.jpgConsideraciones como éstas llevaron a Naciones Unidas a instituir el Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales (1990-1999), con el propósito de concienciar acerca de la importancia de las consecuencias de todo tipo de desastres y la necesidad de su reducción. La experiencia adquirida en dicho tiempo y el hecho de que en la década de los noventa se observara un incremento significativo en la frecuencia, impacto y amplitud de los desastres, impulsaron a considerar el papel esencial que juega la acción humana y comprender la necesidad de la gestión del riesgo en la perspectiva del desarrollo sostenible. Así, en el año 2005 tuvo lugar en Japón la Conferencia Mundial sobre la Reducción de los Desastres Naturales, en la que se aprobó un plan de acción decenal para el periodo 2005-2015, se creó un sistema de alerta mundial contra los riesgos y se adoptó la declaración de Hyogo que recomienda fomentar una cultura de prevención de desastres, señalando los vínculos entre la su reducción, la mitigación de la pobreza y el desarrollo sostenible.
No será posible, en efecto, combatir el incremento de los fenómenos meteorológicos extremos –cuyos efectos devastadores acabaremos sufriendo todos- si ignoramos los problemas medioambientales y las desigualdades sociales (ver Reducción de la pobreza). Resulta particularmente chocante que las consecuencias de estos desastres dependan de inciertas ayudas humanitarias y que no exista un seguro mundial contra las catástrofes (naturales o no), que ponga fin a la vergüenza que supone la lentitud y precariedad de la ayuda internacional tras las catástrofes, mientras disponemos de costosísimos sistemas militares de intervención ultrarrápida.
Reflexiones similares son aplicables a los grandes incendios y a los llamados impropiamente “accidentes”, como señalábamos al principio, asociados a la producción, transporte y almacenaje de materias peligrosas (radiactivas, metales pesados, petróleo...): "accidente" es aquello que no forma parte de la esencia o naturaleza de las cosas, mientras que los escapes de petróleo durante su extracción, la ruptura de los oleoductos, las explosiones, las “mareas negras”… son estadísticamente inevitables, dadas las condiciones en que se realizan esas operaciones de extracción, transporte o almacenaje de los recursos energéticos. Y, de hecho, se están produciendo continuamente en el Ártico siberiano; o en Brasil, donde en julio del 2000 una mancha de crudo de más de 20 km cubrió el río Iguazú, amenazando sus maravillosas cataratas. Es también el caso del naufragio de los grandes petroleros, como el "Exxon Valdez"http://www.oei.es/decada/Prestige202002.jpg, que naufragó en las costas de Alaska, o el "Prestige", que se partió frente a las costas gallegas. Y lo mismo puede decirse de la tragedia de Seveso, en 1976: se habló de un fatal accidente, pero la enorme explosión era previsible por la gran cantidad de dioxina almacenada procedente de la purificación de los compuestos que se obtenían en una planta del norte de Italia.
No se trata, pues, de accidentes sino de "destrucciones anunciadas", perfectamente previsibles y cuya reducción exige la aplicación sistemática del Principio de Precaución y que la búsqueda de mayores beneficios económicos a corto plazo deje de primar sobre la seguridad de personas y ecosistemas (ver Crecimiento económico y sostenibilidad). Desde el accidente de Seveso, la Unión Europea introdujo unas “Normas Seveso” que constituyen un estricto régimen de seguridad en las instalaciones industriales peligrosas, pero que se aplican únicamente en Europa (Bovet et al., 2008, pp 28-29). Es necesario, pues, crear un nuevo marco internacional que evite la imposición de intereses particulares perjudiciales para todos, un nuevo concepto de cooperación y solidaridad para la reducción del impacto ecológico de nuestras actividades y el logro de un desarrollo humano sostenible (ver Gobernanza universal).

CUESTIONARIO SOBRE LA CRITICA DE EDGAR  MORIN SOBRE DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO Y ECONÓMICO.
1.     CUÁL ES EL CONCEPTO TRADICIONAL (USUAL DURANTE MUCHOS AÑOS) DEL DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO Y ECONÓMICO.


2.     CUÁLES SON LAS CONSECUENCIAS HOY EN DÍA DEL DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO.


3.     CUÁL ES ELE PROBLEMA FUNDAMENTAL EN EL PROGRESO TECNOCIENTIFICO Y ECONÓMICO.


4.     QUÉ IDEAS INTRODUJO EL CONCEPTO DE DESARROLLO SOSTENIBLE.


5.     CUÁLES HAN SIDO LOS RESULTADOS DEL DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO.


6.     EN QUÉ CONSISTE CIERTO TIPO DE ALFABETIZACIÓN CULTURAL QUE ACOMPAÑÓ AL DESARROLLO TECNOCIENTIFICO.


7.     QUÉ EFECTOS ORIGINADOS POR LA DISMINUCIÓN DEL SENTIDO DE LA RESPONSABILIDAD HA GENERADO EL DESARROLLO TECNOCIENTIFICO Y ECONÓMICO.



8.     CUÁL ES LA POSICIÓN DE EDGAR MORIN  SOBRE LA INCAPACIDAD PROFUNDA DEL DESARROLLO TECNOCIENTIFICO Y ECONÓMICO DEL MUNDO.
EJERCICIO

Podemos decir entonces que el desarrollo en el sentido únicamente técnico y económico provoca la agravación de las dos pobrezas –la pobreza material para tantos excluidos  y también una pobreza del alma y de la psique. Desarrollo humano significa entonces integración, la combinación, el dialogo permanente entre los procesos tecno-económicos y las afirmaciones del Desarrollo humano, que contienen, en sí mismas, las ideas éticas de solidaridad y de responsabilidad. Si además vemos ciencia, técnica, economía y beneficios como los cuatro poderosos motores del porvenir humano, hoy en día vemos también que no hay tampoco la regulación económica necesaria sobretodo en el mercado mundial actual que se ha desarrollado desde los años noventa. Hay la lógica de la rentabilidad, es una lógica que produce las poluciones tan comunes, que constituyen un peligro para todo el planeta. La única gran profecía de Karl Marx fue la idea de que la mercancía va a reemplazar todas las relaciones humanas. Hoy en día no son únicamente las relaciones humanas, las relaciones biológicas también, porque los genes –la vida misma- se han convertido en mercancías. Den algo que se puede vender: se puede hacer de los genes una propiedad privada.
Si vemos todos estos problemas, podemos decir que estamos en un Titanic planetario, con su cuatrimotor: técnico, científico, económico y de beneficios; pero no controlado éticamente y políticamente. No hay que subordinar más el desarrollo humano al desarrollo económico. Debemos invertir esto y subordinar el desarrollo económico al desarrollo humano. Ese me parece es el papel ético fundamental. No debemos ser simples objetos de este Titanic sin piloto, sino que debemos cambiar y ser sujetos de la aventura humana.

INSTRUCCIONES. Relaciona las columnas y anota el número en el paréntesis.

1. El sentido únicamente técnico y económico del desarrollo ha producido


(     ) Técnico, científico, económico y de beneficios.
2. El desarrollo humano significa

(     ) Podemos decir que estamos en un Titanic planetario, n o controlado  ética, ni políticamente.

3. La tesis del articulo es

(  ) Integración, combinación y dialogo permanente en los procesos tecno-científicos y la responsabilidad y participación de los individuos.

4. La conclusión del articulo es

(     ) No hay que subordinar más el desarrollo humano al desarrollo económico.

5. Son los cuatro motores del titanic planetario

(   )  Agravación de la pobreza material para los excluidos y pobreza ética.



domingo, 27 de octubre de 2013

Conflictos y violencias

http://www.oei.es/decada/04_03_iraq_d.jpgSuele afirmarse que los desequilibrios, las tremendas desigualdades existentes entre los seres humanos, generan conflictos, violencia. Podemos recordar, al respecto, las palabras de Mayor Zaragoza (1997): “El 18% de la humanidad posee el 80% de la riqueza y eso no puede ser. Esta situación desembocará en grandes conflagraciones, en emigraciones masivas y en la ocupación de espacios por la fuerza”. También en la misma dirección afirma Ramón Folch (1998): “La miseria –injusta y conflictiva- lleva inexorablemente a explotaciones cada vez más insensatas, en un desesperado intento de pagar intereses, de amortizar capitales y de obtener algún mínimo beneficio. Esa pobreza exasperante no puede generar más que insatisfacción y animosidad, odio y ánimo vengativo”.
No hay duda acerca de que los desequilibrios extremos son insostenibles y provocarán los conflictos y violencias a los que hacen referencia Mayor Zaragoza o Ramón Folch, pero es preciso señalar que, en realidad, las desigualdades extremas son también violencia (Vilches y Gil, 2003). ¿Qué mayor violencia que dejar morir de hambre a millones de seres humanos, a millones de niños? El mantenimiento de la situación de extrema pobreza en la que viven tantos millones de seres humanos es un acto de violencia permanente (ver Reducción de la pobreza). Una violencia que, es cierto, engendra más violencia, otras formas de violencia:
  • Las guerras y carreras armamentistas con sus implicaciones económicas y de sus terribles secuelas para personas y medio…
  • El terrorismo en sus muy diversas manifestaciones, que para algunos se ha convertido en "el principal enemigo", justificando notables incrementos de los presupuestos militares… a expensas de otros capítulos.
  • El crimen organizado, las mafias, que trafican con droga, armas, seres humanos... con su presencia creciente en todo el planeta y también con un enorme peso económico, gracias a la corrupción y al blanqueo del dinero negro que es canalizado hacia empresas "respetables". Los negocios legales e ilegales resultan así perfectamente imbricados y el volumen del comercio asociado a mafias se estima de 2 a 10 millardos de dólares.
  • Las presiones migratorias, con los dramas que conllevan y los rechazos que producen…
  • La actividad especuladora de algunas empresas transnacionales que buscan el mayor beneficio propio a corto plazo, desplazando su actividad allí donde los controles ambientales y los derechos de los trabajadores son más débiles, contribuyendo a menudo con ayuda de la corrupción, del tráfico de capitales y de los paraísos fiscales, al deterioro social y a la destrucción del medio ambiente (Diamond, 2006).
Y tras todas estas formas de violencia aparece siempre la búsqueda de beneficios particulares, sin atender a sus consecuencias para los demás y, en un plazo cada vez más breve, para nosotros mismos (ver Crecimiento económico y sostenibilidad). La misma anteposición del "nosotros" que produce, como hemos visto, una contaminación o un agotamiento de recursos que perjudica a todos, explica los conflictos armados, el crimen organizado, la explotación infantil y los miles de muertos causados en los enfrentamientos en torno a la explotación del coltán o la falta de atención a las necesidades de quienes padecen hambre, enfermedad, carecen de trabajo…
No se trata, por otro lado, de una cuestión puramente económica: la religión, la lengua, el color de la piel… todo puede convertirse en bandera de enfrentamientos, de defensa del "nosotros" frente al "enemigo externo". Hemos de ser conscientes de que el problema es complejo: quienes destruyeron las esculturas centenarias de Buda en Afganistán no buscaban beneficios económicos. Hay una cultura maniquea, ampliamente extendida desde los tiempos más remotos, que nos lleva sistemáticamente a anteponer "lo nuestro": nuestras ideas, nuestras tradiciones… y, muy particularmente, nuestro beneficio material, sin prestar demasiada atención a las consecuencias que para los otros pueden tener nuestras acciones. Y ello se traduce en comportamientos agresivos, en violencia de uno u otro tipo... y pérdidas absurdas para toda la humanidad. Curiosamente se ha denominado globalización al proceso actual de acumulación de beneficios por unos pocos a costa de la inmensa mayoría. Pero no se puede aceptar que se conceda el calificativo de globalizadores, mundialistas, a quienes sólo persiguen intereses particulares, muy a menudo a corto plazo, aplicando políticas que perjudican a la mayoría de la población presente y futura (ver Gobernanza universal).
http://www.oei.es/decada/ninosoldado.jpgConviene recordar, a ese respecto, la cifra aproximada de gasto militar mundial: ¡780000000000 dólares anuales! Una cifra superior a los ingresos globales de la mitad más pobre de la humanidad. Por eso la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (CMMAD, 1988) señaló que "El verdadero coste de la carrera armamentista es la pérdida del producto que se hubiera podido obtener con él (…) Las fábricas de armas, el transporte de esas armas y la explotación de los minerales destinados a su producción, exigen enormes cantidades de energía y de recursos minerales y contribuyen en gran parte a la contaminación y al deterioro del medio ambiente". Y eso afecta muy especialmente - señalaba también la CMMAD- a la investigación científica: "Medio millón de científicos trabajan en la investigación relacionada con las armas en todo el mundo, inversión que representa alrededor de la mitad de los gastos mundiales totales en investigación y desarrollo. Estos gastos son superiores a todo lo que se invierte con miras a desarrollar tecnologías para contar con nuevas fuentes de energía y combatir la contaminación".
Estos gastos constituyen un gran negocio para ciertos grupos de presión que imponen la producción y exportación de armas, que defienden sus intereses sin preocuparse del uso que harán sus clientes... pero sabiendo cuál será ese uso.
Es cierto que estos comportamientos, como la mayoría de los que hoy rechazamos, son la prolongación de lo que la humanidad ha venido haciendo durante milenios. Pensemos en los continuos procesos de conquista, colonización y esclavitud. Pero hoy dichos comportamientos, además de moralmente rechazables, ponen en peligro nuestra supervivencia como especie. El instinto de supervivencia quizás pueda explicar el "nosotros o ellos" del pasado, pero hoy exige un cambio drástico: no es posible salvarse, en la actual situación de emergencia planetaria, contra los otros sino con los otros. Como ha señalado el teólogo brasileño Leonardo Boff, esta vez no habrá un Arca de Noé para unos pocos; como los problemas son planetarios y afectan al conjunto de la humanidad, o nos salvamos todos o perecemos todos. Y sin embargo nuestro comportamiento sigue aferrado a la búsqueda de un beneficio a corto plazo, lo que explica también la actividad de las organizaciones mafiosas y el terrorismo, dos fenómenos entre los cuales se tejen, a menudo, estrechas relaciones y que merecen hoy una atención especial.
En ambos casos nos encontramos con planteamientos particularistas y a corto plazo, con razonamientos incapaces de analizar globalmente las consecuencias de las acciones: sólo importa el objetivo propio. Y "ha de ser ahora".
http://www.oei.es/decada/1147727486_0.jpgNo podemos dejar de detenernos en las migraciones forzadas o "voluntarias" de millones de personas, otro de los más graves problemas que tienen las sociedades en la actualidad y que se prevé se incrementará en el futuro. Es cierto que los fenómenos migratorios no son algo nuevo. Se trata de algo tan antiguo como la propia historia de la humanidad, a menudo provocado por la miseria, el mero deseo de supervivencia… o la búsqueda de beneficio a costa de otros. Recordemos, por ejemplo, lo que representó el desplazamiento de unos 14 millones de esclavos desde África a América, o la extinción de los pobladores autóctonos en amplias zonas de América. Pensemos que muchos de los italianos, españoles, polacos o suecos que a finales del siglo XIX y principios del XX emigraron al Nuevo Mundo huían del hambre y la miseria.
Pero desde el último cuarto de siglo XX el mundo está conociendo los mayores movimientos migratorios de la historia. Casi 150 millones de personas son forzadas a emigrar por un conjunto de problemas que tienen sus raíces en el hambre, la marginación y la escasez de recursos, a menudo incrementadas por el rápido crecimiento demográfico y que se traducen en enfrentamientos étnicos, persecuciones, guerras… Así, están teniendo lugar migraciones por motivos políticos o bélicos que constituyen el movimiento de refugiados, migraciones por motivos económicos, es decir, por hambre, miseria, marginación y migraciones por causas ambientales, como fenómenos nuevos asociados a la degradación: desplazamientos poblacionales relacionados con el agotamiento de recursos, deforestación, sequías... o con desastres ecológicos (fruto de la falta de aplicación del principio de precaución) en los lugares de origen.

Todas estas formas de violencia están interconectadas entre sí… y con el resto de problemas a los que venimos haciendo referencia: desde el hiperconsumo o la explosión demográfica a la contaminación y degradación de los ecosistemas. Todos se potencian mutuamente y resulta iluso pretender resolver aisladamente cuestiones como el terrorismo o las migraciones incontroladas. Los problemas son globales y las soluciones habrán de serlo también, implicando desde tecnologías para la sostenibilidad, medidas educativas y medidas políticas (ver Gobernanza universal

Derechos humanos y Sostenibilidad

http://www.oei.es/decada/burka11.gifEl logro de la sostenibilidad aparece hoy indisolublemente asociado a la necesidad de universalización y ampliación de los derechos humanos. Sin embargo, esta vinculación tan directa entre superación de los problemas que amenazan la supervivencia de la vida en el planeta y la universalización de los derechos humanos suele producir extrañeza y dista mucho de ser aceptado con facilidad. Conviene, por ello, detenerse mínimamente en lo que se entiende hoy por Derechos Humanos, un concepto que ha ido ampliándose hasta contemplar tres “generaciones” de derechos (Vercher, 1998) que constituyen, como ha sido señalado, requisitos básicos de un desarrollo sostenible, de una cultura de la sostenibilidad que permita hacer frente a la actual situación de emergencia planetaria.
Podemos referirnos, en primer lugar, a los Derechos Democráticos, civiles y políticos (de opinión, reunión, asociación…) para todos, sin limitaciones de origen étnico o de género, que constituyen una condición sine qua non para la participación ciudadana en la toma de decisiones que afectan al presente y futuro de la sociedad (Folch, 1998). Se conocen hoy como “Derechos humanos de primera generación”, por ser los primeros que fueron reivindicados y conseguidos (no sin conflictos) en un número creciente de países. No debe olvidarse, a este respecto, que los “Droits de l’Homme” de la Revolución Francesa, por citar un ejemplo ilustre, excluían explícitamente a las mujeres, que sólo consiguieron el derecho al voto en Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Ni tampoco debemos olvidar que en muchos lugares de la Tierra esos derechos básicos son sistemáticamente conculcados cada día.
Amartya Sen, en su libro Desarrollo y Libertad, concibe el desarrollo de los pueblos como un proceso de expansión de las libertades reales de las que disfrutan los individuos, alejándose de una visión que asocia el desarrollo con el simple crecimiento del PIB, las rentas personales, la industrialización o los avances tecnológicos. La expansión de las libertades es, pues, tanto un fin principal del desarrollo como su medio principal y constituye un pilar fundamental para abordar la problemática de la sostenibilidad. Como señala Sen (1999), “El desarrollo de la democracia es, sin duda, una aportación notable del siglo XX. Pero su aceptación como norma se ha extendido mucho más que su ejercicio en la práctica (...) Hemos recorrido la mitad del camino, pero el nuevo siglo deberá completar la tarea”.
No podemos hablar de pleno funcionamiento democrático, y de respeto de los derechos civiles mientras, por ejemplo, persiste la tortura y, lo que es aún más grave, la pena de muerte. Si entendemos la democracia como un proceso social "en el que las instituciones tienen la función de permitir, precisamente, la continua corrección y el aprendizaje" (Manzini y Bigues, 2000), ello debería significar su abolición. Una cosa es defender a la sociedad, evitar aquellos actos que atenten contra los derechos de los demás, y otra, nada correctiva, es erigirse en dioses inmisericordes capaces de arrebatar la vida… También la democracia ha de progresar en esa dirección.
http://www.oei.es/decada/ninos12.gifSi queremos avanzar hacia la sostenibilidad de las sociedades, hacia el logro de una democracia planetaria o cosmopolita, será necesario reconocer y garantizar otros derechos, además de los civiles y políticos, que aunque constituyen un requisito imprescindible son insuficientes. Nos referimos a la necesidad de contemplar también la universalización de los derechos económicos, sociales y culturales, o “Derechos humanos de segunda generación” (Vercher, 1998), reconocidos bastante después de los derechos políticos. Hubo que esperar a la Declaración Universal de 1948 para verlos recogidos y mucho más para que se empezara a prestarles una atención efectiva. Entre estos derechos podemos destacar:
  • Derecho universal a un trabajo satisfactorio, a un salario justo, superando las situaciones de precariedad e inseguridad, próximas a la esclavitud, a las que se ven sometidos centenares de millones de seres humanos (de los que más de 250 millones son niños).
  • Derecho a una vivienda adecuada en un entorno digno, es decir, en poblaciones de dimensiones humanas, levantadas en lugares idóneos -con una adecuada planificación que evite la destrucción de terrenos productivos, las barreras arquitectónicas, etc.- y que se constituyan en foros de participación y creatividad.
  • Derecho universal a una alimentación adecuada, tanto desde un punto de vista cuantitativo (desnutrición de miles de millones de personas) como cualitativo (dietas desequilibradas) lo que dirige la atención a nuevas tecnologías de producción agrícola.
  • Derecho universal a la salud. Ello exige recursos e investigaciones para luchar contra las enfermedades infecciosas que hacen estragos en amplios sectores de la población del tercer mundo (cólera, malaria...) y contra las nuevas enfermedades “industriales” (tumores, depresiones...) y “conductuales”, como el SIDA. Es preciso igualmente una educación que promueva hábitos saludables, el reconocimiento del derecho al descanso, el respeto y solidaridad con las minorías que presentan algún tipo de dificultad, etc.
  • Derecho a la planificación familiar, es decir, a una maternidad y paternidad responsable, y al libre disfrute de la sexualidad, que no conculque la libertad de otras personas, sin las barreras religiosas y culturales que, por ejemplo, condenan a millones de mujeres al sometimiento.
  • Derecho a una educación de calidad, espaciada a lo largo de toda la vida, sin limitaciones de origen étnico, de género, etc., que genere actitudes responsables y haga posible la participación en la toma fundamentada de decisiones.
  • Derecho a la cultura, en su más amplio sentido, como eje vertebrador de un desarrollo personal y colectivo estimulante y enriquecedor.
  • Reconocimiento del derecho a investigar todo tipo de problemas (origen de la vida, manipulación genética...) sin limitaciones ideológicas, pero tomando en consideración sus implicaciones sociales y sobre el medio y ejerciendo un control social que evite la aplicación apresurada, guiada por intereses a corto plazo, de tecnologías insuficientemente contrastadas, que pueden afectar, como tantas veces ha ocurrido, a la sostenibilidad. Se trata, pues, de completar el derecho a investigar con la aplicación del llamado Principio de Precaución.
El conjunto de estos derechos de segunda generación aparece como un requisito y, a la vez, como un objetivo del desarrollo sostenible (Vilches y Gil, 2003). ¿Se puede exigir a alguien, por ejemplo, que no contribuya a esquilmar un banco de pesca si ése es su único recurso para alimentar su familia? No es concebible tampoco, por citar otro ejemplo, la interrupción de la explosión demográfica sin el reconocimiento del derecho a la planificación familiar y al libre disfrute de la sexualidad. Y ello remite, a su vez, al derecho a la educación. Como afirma Mayor Zaragoza (1997), una educación generalizada “es lo único que permitiría reducir, fuera cual fuera el contexto religioso o ideológico, el incremento de población”.
En definitiva, la preservación sostenible de la especie humana en nuestro planeta exige la libre participación de la ciudadanía en la toma de decisiones (lo que supone la universalización de los Derechos humanos de primera generación) y la satisfacción de sus necesidades básicas (Derechos de segunda generación). Pero esta preservación aparece hoy como un derecho en sí mismo, como parte de los llamados Derechos humanos de tercera generación, que se califican como derechos de solidaridad “porque tienden a preservar la integridad del ente colectivo” (Vercher, 1998) y que incluyen, de forma destacada, el derecho a un ambiente sano, a la paz y al desarrollo para todos los pueblos y para las generaciones futuras, integrando en éste último la dimensión cultural que supone el derecho al patrimonio común de la humanidad. Se trata, pues, de derechos que incorporan explícitamente el objetivo de un desarrollo sostenible:
  • El derecho de todos los seres humanos a un ambiente adecuado para su salud y bienestar. Como afirma Vercher, la incorporación del derecho al medio ambiente saludable como un derecho humano, esencialmente universal, responde a un hecho incuestionable: “de continuar degradándose el medio ambiente al paso que va degradándose en la actualidad, llegará un momento en que su mantenimiento constituirá la más elemental cuestión de supervivencia en cualquier lugar y para todo el mundo (…) El problema radica en que cuanto más tarde en reconocerse esa situación mayor nivel de sacrificio habrá que afrontar y mayores dificultades habrá que superar para lograr una adecuada recuperación”.  De hecho muchas comunidades y pueblos autóctonos, poseedores de una cultura profundamente anclada en su ambiente, están en vías de desaparición, obligados a abandonar su tierra hacia las grandes ciudades, a menudo como consecuencia de la degradación ambiental, lo que les convierte en refugiados climáticos o ambientales y les condena a la pérdida acelerada de su identidad (Bovet et al., 2008, pp 44-45).
  • El derecho a la paz, lo que supone impedir que los intereses particulares (económicos, culturales…) a corto plazo, se impongan por la fuerza a los demás, con grave perjuicio para todos: recordemos las consecuencias de los conflictos bélicos y de la simple preparación de los mismos, tengan o no tengan lugar: desde la degradación ambiental (no hay nada tan contaminante y destructor de recursos como un conflicto bélico) a los millones de refugiados, víctimas de las guerras. El derecho a la paz ha de plantearse, claro está, a escala mundial, ya que solo una autoridad democrática universal podrá garantizar la paz y salir al paso de los intentos de transgredir este derecho.
  • El derecho a un desarrollo sostenible, tanto económico como cultural de todos los pueblos. Ello conlleva, por una parte, el cuestionamiento de los actuales desequilibrios económicos, entre países y poblaciones, así como nuevos modelos y estructuras económicas adecuadas para el logro de la sostenibilidad y, por otra, la defensa de la etnodiversidad o diversidad cultural, como patrimonio de toda la humanidad, y del mestizaje intercultural, contra todo tipo de racismo y de barreras étnicas o sociales.
Vercher (1998) insiste en que estos derechos de tercera generación “sólo pueden ser llevados a cabo a través del esfuerzo concertado de todos los actores de la escena social”, incluida la comunidad internacional. Se puede comprender, así, la vinculación que se establece entre desarrollo sostenible y universalización de los Derechos Humanos. Y se comprende también la necesidad de avanzar hacia una verdadera mundialización, con instituciones democráticas, también a nivel planetario, capaces de garantizar este conjunto de derechos y de promover la cultura de la sostenibilidad (Vilches y Gil, 2003).

Un paso en ese sentido fue dado en la Asamblea General de Naciones Unidas de abril de 2006, donde se decidió la constitución del Consejo de Derechos Humanos (HRC), con sede en Ginebra, que sustituye a la Comisión de Derechos Humanos, y cuya primera sesión de constitución tuvo lugar el 19 de junio de 2006. Una institución cuya labor, se señala, estará guiada por los principios de universalidad, imparcialidad y diálogo internacional a fin de "impulsar la promoción y protección de todos los derechos humanos, es decir, los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, incluido el derecho al desarrollo".

domingo, 20 de octubre de 2013

Igualdad de género

http://www.oei.es/decada/muje1.gifHablar de igualdad de sexos o, como es más frecuentemente aceptado, de igualdad de género,   es referirse a un objetivo contra una realidad de discriminaciones y segregación social. “Una de las más frecuentas y silenciosas formas de violación de los derechos humanos es la violencia de género”, señala el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). “Éste es un problema universal, pero para comprender mejor los patrones y sus causas, y por lo tanto eliminarlos, conviene partir del conocimiento de las particularidades históricas y socioculturales de cada contexto específico. Por consiguiente, es necesario considerar qué responsabilidades y derechos ciudadanos se les reconocen a las mujeres en cada sociedad, en comparación con los que les reconocen a los hombres, y las pautas de relación que entre ellos se establecen” (http://www.undp.org.ni/genero.php).
La enumeración de discriminaciones que hace el PNUD es interminable: “la pobreza afecta en mayor medida a las mujeres”, lo que se relaciona con “su desigualdad en cuanto al acceso a la educación, a los recursos productivos y al control de bienes, así como, en ocasiones, a la desigualdad de derechos en el seno de la familia y de la sociedad”. Esa discriminación va más allá de las leyes: “Allí donde los derechos de las mujeres están reconocidos, la pobreza (con el analfabetismo que conlleva) a menudo les impide conocer sus derechos”. Por otra parte, en los países industrializados, pese haber logrado, no hace mucho, la igualdad legal de derechos “se sigue concediendo empleos con mayor frecuencia y facilidad a los hombres, el salario es desigual y los papeles en función del sexo son aún discriminatorios”.
De hecho, al considerar el Indice de Desarrollo Humano (ver Reducción de la pobreza) específico de las mujeres, aparece por detrás del general en todos los países del mundo. En el artículo “Missing Women”, publicado por Amartya Sen en 1992 en la revista British Medical Journal, así como en trabajos posteriores, se refiere a la excesiva mortalidad y tasas de supervivencia “artificialmente” más bajas de las mujeres en muchas partes del mundo, como un descarnado aspecto muy visible de la desigualdad sexual, con datos inquietantes de infanticidio femenino, despreocupación por la salud y la nutrición de las mujeres, en especial durante la niñez, etc. Cabe recordar a ese respecto que en India, las niñas tienen cuatro veces más posibilidades de estar desnutridas que los niños. El 25% de los hombres en los países en desarrollo padecen anemia a causa de la deficiencia del hierro, mientras que la tasa es del 45% para las mujeres y más del 60% para las embarazadas. Y todas estas discriminaciones, desigualdades por razones de sexo, se deben a los prejuicios culturales en las familias y en las sociedades en general. Y también se manifiesta en la educación. Las injustas oportunidades de instrucción para las chicas conducen a su inseguridad económica: las mujeres representan los dos tercios de las personas analfabetas y los tres quintos de los pobres del planeta. Con menos oportunidades educativas y económicas que los hombres, lógicamente las mujeres tienden a padecer hambre y mayores deficiencias en la nutrición. Se habla por ello de “feminización de la pobreza” (Sen, 2000; Vilches y Gil, 2003).
http://www.oei.es/decada/mujero.jpgY por lo que se refiere al trabajo, las mujeres tienen, en general, jornadas mucho más cargadas. Por poner dos ejemplos, en India las mujeres trabajan unas 12 horas más a la semana que los hombres y en Nepal 21 horas. Cinco años después de la IV Conferencia Mundial para las mujeres celebrada en Pekín, tuvo lugar en Nueva York la conferencia “Mujeres 2000: Igualdad, desarrollo y Paz para el siglo XXI”, en una sesión especial de la Asamblea General de Naciones Unidas. Se trataba de evaluar el cumplimiento de los compromisos adoptados en Pekín y establecer medidas para seguir avanzando en los derechos humanos de las mujeres. Esa evaluación se concentró en frenar una marcha atrás y tratar de mantener lo consensuado en China, ya que se detectó un incumplimiento de derechos básicos como el derecho a la salud plena, a la educación, a una vida sin violencia, al libre disfrute de la sexualidad y a una maternidad responsable, no impuesta, a la participación en la toma de decisiones… (ver Derechos humanos).
Mientras, continúa produciéndose un intenso tráfico de mujeres y niñas en muchos países…, entre una cuarta parte y la mitad de las mujeres del mundo sufren agresiones de su pareja y siguen ocurriendo hechos como la ablación genital, las violaciones de mujeres y niñas o los “crímenes de honor”. Unas agresiones que aumentan en las situaciones de inestabilidad laboral como las que se están viviendo actualmente en todo el mundo, incluidos los países ricos, en los que hay un porcentaje creciente de marginados.
Pero no debemos olvidar que la discriminación hacia la mujer es parte de la discriminación que los “fuertes” ejercen con los “débiles” en defensa de sus privilegios. Unos privilegios que a lo largo de la historia se ha pretendido justificar con “razones” étnicas, de sexo o de mérito; pero hoy sabemos que no tienen fundamento alguno y que generan desequilibrios perjudiciales para todos, aunque algunos sigan pensando que esos desequilibrios constituyen algo natural. Y esas referencias que se hacen al pasado las consideran un apoyo a su punto de vista: “siempre ha habido ricos y pobres y siempre los habrá”, “el hombre es superior a la mujer”, etc.
La erradicación de la discriminación de las mujeres entronca así con los objetivos de la educación para la sostenibilidad, de la reducción de la pobreza y, en definitiva, de la universalización de los derechos humanos. Así se señala en los objetivos del Milenio: El tercer objetivo de Desarrollo del Milenio desafía la discriminación contra la mujer y busca asegurar que las niñas, como los niños, tengan el derecho a la escolarización. Los indicadores relacionados con este objetivo buscan medir el progreso hacia la mayor alfabetización de la mujer, hacia la mayor participación y representación de ésta en la política y en la toma de decisiones de los Estados y hacia la mejora de las perspectivas de empleo. Así y con todo, el tema de la igualdad de género no se limita a un solo objetivo sino que se aplica a todos ellos. Sin progreso hacia la igualdad de género y sin la capacitación de la mujer, no se alcanzará ninguno de los objetivos de desarrollo del milenio” (MDG, Naciones Unidas). Unos objetivos que se contemplan desde el punto educativo en las iniciativas de “la Década de la Educación por un Desarrollo Sostenible, en la que la igualdad entre géneros está considerada como una de las condiciones fundamentales para el desarrollo humano que está requiriendo una mayor atención por parte de la ciencia, la política, las instituciones sociales y la educación” (Aznar y Cánovas, 2008, p.9). Y unos objetivos que constituyen un auténtico reto frente al que aún queda mucho por hacer, como se puede ver en los informes sobre los Índices de Equidad de Género (Social Watch, 2008) o los de UNICEF (2007), pero que ya están encontrando respuestas en algunos países por lo que se refiere a la promoción de políticas de igualdad y estrategias y prácticas educativas para la promoción de la igualdad de derechos y oportunidades entre los géneros y la erradicación de la violencia (Novo, 2007; Pérez Sedeño, 2007; Aznar y Cánovas, 2008).
Así, el año 2009, UNFPA (Fondo de Población de Naciones Unidas) dedicó el día Mundial de Población a incentivar  la inversión en educación y salud para las mujeres y las niñas, como paso necesario para avanzar en la disminución de la pobreza, la universalización de los derechos humanos y la igualdad de género.
Como señala el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL): “La autonomía de las mujeres en la vida privada y pública es fundamental para garantizar el ejercicio de sus derechos humanos. La capacidad para generar ingresos propios y controlar activos y recursos (autonomía económica), el control sobre su cuerpo (autonomía física), y su plena participación en las decisiones que afectan a sus vidas y a su colectividad (autonomía en la toma de decisiones), son los tres pilares de la igualdad de género y de una ciudadanía paritaria” (http://www.cepal.org/oig/).

Insistiremos tan solo, para terminar, en que la superación de las discriminaciones de género, la extensión (por supuesto inacabada) de derechos a esa mitad del género humano que constituyen las mujeres, no supone “acabar con los privilegios de los hombres”, como si para que unos ganen otros hayan de perder... El resultado no es ése y hay que afirmarlo con claridad: la extensión de derechos beneficia a todos. Jamás una extensión de derechos a nuevas capas se ha traducido, a medio y largo plazo, en perjuicio de nadie. En cambio los “privilegios”, es decir, los desequilibrios, son siempre causa de conflictos destructivos e insostenibles, mientras que los avances hacia la universalización de los derechos se traducen en la potenciación de la creatividad de nuevos colectivos, lo que acaba favoreciendo un desarrollo más armónico y sostenible, beneficioso para todos.

domingo, 13 de octubre de 2013

Reducción de la pobreza


http://www.oei.es/decada/pobreza.gifSegún el Banco Mundial, el total de seres humanos que vive en la pobreza más absoluta, con un dólar al día o menos, ha crecido de 1200 millones en 1987 a 1500 en la actualidad y, si continúan las actuales tendencias, alcanzará los 1900 millones para el 2015. Y casi la mitad de la humanidad no dispone de dos dólares al día. Como señalan Sen y Kliksberg (2007, pp. 8), “el 10% más rico tiene el 85 % del capital mundial, la mitad de toda la población del planeta solo el 1%”. Pero, como explica el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), “La pobreza no se define exclusivamente en términos económicos (…) también significa malnutrición, reducción de la esperanza de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones de salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de acceder a la escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a ciertos bienes”. Desde la perspectiva de Sen (Cortina y Pereira, 2009), la pobreza es ante todo falta de libertad para llevar adelante los planes de vida que una persona tiene razones para valorar, es decir, que las personas puedan ser agentes de sus propias vidas (“Libertad de agencia”).
Al abordar el problema de la pobreza extrema se suelen señalar tres hechos que reclaman una atención inmediata: la mortalidad prematura, la desnutrición y el analfabetismo (CMMAD, 1998). Ésa es la razón por la que el PNUD ha introducido el IDH (Índice de Desarrollo Humano) que intenta reflejar el bienestar desde un punto de vista más amplio, contemplando tres dimensiones -longevidad, estudios y nivel de vida- y que se ha convertido en un instrumento para evaluar las diferentas entre países.
Y toda esta problemática hay que contemplarla en su contexto y en su evolución: esa terrible pobreza se produce mientras parte del planeta asiste a un espectacular crecimiento económico. Es decir, estamos ante una pobreza que coexiste con una riqueza en aumento, de forma que en los últimos 40 años –señala el mismo informe del Banco Mundial- se han duplicado las diferencias entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres del planeta. “Si no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los próximos años”, expresaba con preocupación en 1997 el presidente del Banco Mundial, señalando el peligro de que la pobreza acabe estallando “como una bomba de relojería”. . Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también al paso de las fuertes discriminaciones  y segregación social que se dan en el seno de una misma sociedad y, muy en particular, de las que afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta (ver Igualdad de género ).
Jeffrey Sachs, profesor de Desarrollo Sostenible del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia y asesor especial de Kofi Annan, en su libro dedicado a la lucha contra la pobreza y la marginación en el mundo, señala: "Actualmente, más de ocho millones de personas mueren todos los años en todo el mundo porque son demasiado pobres para sobrevivir (...) La enorme distancia que hoy separa a los países ricos de los pobres es un fenómeno nuevo, un abismo que se ha abierto durante el período de crecimiento económico moderno. En 1820, la mayor diferencia entre ricos y pobres -en concreto, entre la economía puntera del mundo de la época, el Reino Unido y la región más pobre del planeta, África- era de cuatro a uno, en cuanto a la renta per cápita... En 1998, la distancia entre la economía más rica, Estados Unidos, y la región más pobre, África, se había ampliado ya de veinte a uno" (Sachs, 2005 pp.25 y 62). En definitiva, un quinto de la humanidad vive confortablemente mientras otro quinto sufre la mayor de las penurias (con una renta inferior a un dólar por día) y más de la mitad está por debajo del umbral de la pobreza (menos de dos dólares diarios).
Quizás sea en las diferencias en el consumo donde las desigualdades aparecen con mayor claridad: por cada unidad de pescado que se consume en un país pobre, en un país rico se consumen 7; para la carne la proporción es 1 a 11; para la energía 1 a 17; para las líneas de teléfono 1 a 49; para el uso del papel 1 a 77; para automóviles 1 a 145. El 65% de la población mundial nunca ha hecho una llamada telefónica… ¡y el 40% no tiene ni siquiera acceso a la electricidad! Un dato del consumo que impresiona particularmente, y que resume muy bien las desigualdades, es que un niño de un país industrializado va a consumir en toda su vida lo que consumen 50 niños de un país en desarrollo.
http://www.oei.es/decada/pobreza2.gif¿Y qué podemos decir de las diferencias en educación? Mientras en países como el Reino Unido se estudia la forma de lograr que el 90% de los jóvenes sigan estudiando más allá de los 17 años, al terminar el periodo de escolarización obligatoria, millones de niños siguen sin acceder a la alfabetización básica. Se niega el derecho a la educación a millones de niños y, sobre todo, niñas, y se les condena a una vida sin perspectivas… sin que siquiera tenga sentido reclamar la prohibición del trabajo infantil, si ello no va acompañado de otras medidas que garanticen su supervivencia, porque la alternativa suele ser la criminalidad y la prostitución. Y, como reconoce el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), "la educación insuficiente y la falta de acceso a la información hace que a millones de personas de todo el mundo les resulte muy difícil comprender cómo prevenir y curar enfermedades" - desde los problemas respiratorios hasta la malaria o el SIDA- que "merman la productividad de las personas y suelen representar un importante lastre para las familias".
http://www.oei.es/decada/9.jpgY va a seguir agravándose la explotación de los ecosistemas hasta dejarlos exhaustos. El PNUD recuerda que "la pobreza suele confinar a los pobres que viven en el medio rural a tierras marginales, contribuyendo así a la aceleración de la erosión, al aumento de la vulnerabilidad ecológica, a los desprendimientos de tierras, etc.". E insiste: "La pobreza lleva a la deforestación por el uso inadecuado de la madera y de otros recursos para cocinar, calentar, construir casas y productos artesanales, privando así a los grupos vulnerables de bienes fundamentales y acelerando la espiral descendente de la pobreza y la degradación medioambiental". En resumen, no somos únicamente los consumistas del Norte quienes degradamos el planeta (ver Un consumo responsable). Los habitantes del Tercer Mundo se ven obligados, hoy por hoy, a contribuir a esa destrucción, de la que son las principales y primeras víctimas: pensemos, por ejemplo, que se ha demostrado “la relación directa y estrecha entre los procesos de desertificación (que produce hambrunas) y los alzamientos y revueltas populares en el mundo en desarrollo” (Delibes y Delibes, 2005). Pero esta destrucción afectará cada vez más a todos. El PNUD lo ha expresado con nitidez: El bienestar de cada uno de nosotros también depende, en gran parte, de que exista un nivel de vida mínimo para todos.
La reducción de la pobreza y la universalización de los Derechos Humanos se convierte así en una necesidad absoluta para la supervivencia de la especie humana y aunque sólo sea por egoísmo inteligente es preciso actuar, porque la prosperidad de un reducido número de países no puede durar si se enfrenta a la extrema pobreza de la mayoría (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000; Vilches y Gil, 2003; Sachs, 2005). Las sociedades del bienestar, nos recuerda Mayor Zaragoza, no podrán mantener permanentemente lejos de sus fronteras las inmensas bolsas de miseria y se generarán focos de inmigración imparables (ver Conflictos y violencias). Como señala Yunus (2005), la pobreza es una creación de los seres humanos y, en consecuencia, ellos son quienes tienen capacidad y posibilidad de solucionarla.
Esta pobreza extrema está vinculada al conjunto de problemas que caracterizan la situación de emergencia planetaria, desde la degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos a la explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre literal y, en definitiva, en baja esperanza de vida.
Por lo que se refiere a las enfermedades, en las últimas décadas del siglo XX hemos asistido a un fuerte rebrote de las enfermedades parasitarias asociado a las dificultades de acceso al agua potable y a carencias en los servicios de salud. Las grandes concentraciones humanas que el crecimiento demográfico ha propiciado han favorecido la extensión de enfermedades víricas como el SIDA, provocando fuertes descensos en la esperanza de vida en países como Zambia (¡apenas 37 años de esperanza de vida!), Malawi (39) o Mozambique (40).
Pero incluso sin esa incidencia del SIDA, la mayor parte de los países africanos no llega a los 50 años de esperanza de vida, debido, en buena parte, a las enfermedades asociadas a los problemas medioambientales, que afectan sobre todo a las condiciones insalubres de la vivienda y el entorno que se dan en los países pobres: dengue, malaria, infecciones de todo tipo, tuberculosis, etc. Como señala un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de junio de 2006, la cuarta parte de las enfermedades que sufren los habitantes del planeta tienen su origen en problemas medioambientales.
Y junto a la enfermedad, el hambre, la desnutrición, potenciándose mutuamente. Cada año mueren en el mundo 15 millones de niños por causas relacionadas con el hambre, lo que supone una cifra de 40000 muertes diarias. Más de la cuarta parte de las poblaciones asiáticas y africanas sufre tal desnutrición que queda indefensa frente a las enfermedades y no es posible el normal desarrollo físico y mental de los niños. . Y esta situación alimentaria mundial se está agravando con la compra de tierras cultivables en los países en desarrollo por parte de grandes empresas, con lo que los más pobres pierden sus tierras y el acceso al agua, mientras suben los precios de los alimentos en los mercados internacionales.
Esta hambre crónica, permanente, es mucho más grave que esas hambrunas que los medios de comunicación airean periódicamente, dando la impresión de que se trata de puntuales desabastecimientos, atribuibles a los propios países en los que se padece el hambre. Se dice, por ejemplo, que en el Cuerno de África, mientras se producía la hambruna de principios de los 80, esos países estaban exportando algodón, caña de azúcar, café y otros cultivos. Y más recientemente, en 1998, Indonesia exportaba 4 millones de toneladas de arroz, a pesar de que el país sufría la peor sequía de los últimos 50 años y de que 40 millones de indonesios sufrían desnutrición. ¿Cómo es posible -se preguntan algunos- que el 80% de los niños hambrientos en el mundo en desarrollo vivan, según la FAO, en países con excedentes en los alimentos?
La pregunta, por supuesto, la deberíamos extender al conjunto del planeta, porque el 100% de los niños hambrientos viven en un planeta en el que el número de obesos ha alcanzado al de desnutridos por primera vez en la historia 1200 millones de personas de los 6000 que habitan la Tierra comen más de lo que necesitan mientras que una cantidad idéntica padece hambre (Vilches y Gil, 2003).
En definitiva, las enfermedades y el hambre endémica son causa de grandes sufrimientos en numerosas partes del mundo, debilitando y matando a cientos de millones de personas.
De hecho, estudios fiables de muy diversa procedencia (PNUD, Banco Mundial…) prueban que se podría erradicar la pobreza extrema, con sus secuelas de enfermedad, hambre, analfabetismo… con inversiones relativamente modestas. Por ejemplo, se sabe que con un gasto adicional de únicamente 13000 millones de dólares se resolverían los problemas de salud y nutrición del conjunto de la población mundial. Con 9000 millones habría agua y saneamiento para todos. La escolarización de todos los niños y niñas supondría un coste adicional de 6000 millones. Y con 12000 millones se haría frente a los problemas de salud reproductiva que ayudarían a regular la demografía. En total, tan solo unos 40000 millones de dólares. Según eso, con el 5% del gasto militar mundial se cubrirían todos los gastos imprescindibles que hemos enumerado.
Como ha escrito Federico Mayor Zaragoza “es inaceptable que un mundo que gasta aproximadamente 800000 millones de dólares al año en armamento no pueda encontrar el dinero - estimado en 6000 millones- para dar escuelas a todos los niños en el año 2000”. Y añade otras preguntas similares relativas, por ejemplo, a lo que costaría inmunizar a todos los niños de los países en desarrollo de la larga lista de enfermedades que les amenazan: una cifra que representa el gasto militar de un solo día en el mundo. Y es igualmente inaceptable que la deuda externa siga atenazando a los países en desarrollo, mientras se ignora la deuda ecológica que los países desarrollados han contraído con el resto del planeta “por la utilización masiva que han hecho de sus recursos forestales, mineros y, en general, de su biodiversidad, así como por la ocupación de su espacio ambiental con residuos” (Novo, 2006).
El problema no es, pues, fundamentalmente económico, sino de prioridades. Como señala la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), acabar con el hambre y la pobreza debe ser una prioridad para todos. Un objetivo que requiere, se señala, la creación de una Alianza Internacional contra el Hambre, contra la pobreza y por el logro de la seguridad alimentaria del conjunto de la población mundial. Una seguridad alimentaria que, de acuerdo con la FAO, exige que todas las personas tengan acceso físico y económico, en todo momento, a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades. A este respecto la FAO ha introducido el concepto de ADSR (Agricultura y desarrollo rural sostenibles), definiéndolo como un proceso que cumple con los siguientes criterios (http://www.fao.org/wssd/sard/faodefin_es.htm):
  • Garantiza que los requerimientos nutricionales básicos de las generaciones presentes y futuras sean atendidos cualitativa y cuantitativamente, al tiempo que provee una serie de productos agrícolas.
  • Ofrece empleo estable, ingresos suficientes y condiciones de vida y de trabajo decentes para todos aquellos involucrados en la producción agrícola.
  • Mantiene, y allí donde sea posible, aumenta la capacidad productiva de la base de los recursos naturales como un todo, y la capacidad regenerativa de los recursos renovables, sin romper los ciclos ecológicos básicos y los equilibrios naturales, lo que destruyen las características socioculturales de las comunidades rurales o contamina el medio ambiente.
  • Reduce la vulnerabilidad del sector agrícola frente a factores naturales y socioeconómicos adversos y otros riesgos y refuerza la autoconfianza.

Se precisa por ello una auténtica movilización ciudadana y la participación en todo tipo de acciones como la denominada Campaña Pobreza Cero o las relacionadas con la Ayuda al Desarrollo, la cancelación de la Deuda Externa, la extensión de los programas de microcréditos, basados en la experiencia del Grameen Bank impulsado por Muhammed Yunus (Premio Nobel de la Paz), que pretenden contribuir en la resolución de la “exclusión social” (pobreza, hambre y marginación social), etc. Es preciso que se haga realidad el compromiso adquirido por los líderes mundiales en la llamada Cumbre del Milenio de Naciones Unidas, celebrada en septiembre de 2000, para reducir la pobreza, la enfermedad, el hambre, el analfabetismo y la degradación del medio ambiente, reflejado en el documento “Nosotros, los pueblos: la función de Naciones Unidas en el siglo XXI”, que fue la base de la Declaración del Milenio. Un compromiso que, aunque hasta aquí no se esta traduciendo en hechos, alimenta la esperanza de que es posible acabar con la pobreza en el mundo y alcanzar un desarrollo sostenible para toda la humanidad (Sachs, 2005 y 2008). En caso contrario los conflictos acabarán afectándonos a todos (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000). Todos tenemos, pues, el deber de participar en acciones sociopolíticas para que los gobiernos cumplan los compromisos del milenio de ayuda al Tercer Mundo y de defensa de la sostenibilidad (ver Educación para la sostenibilidad).