En el Tema de Acción
Clave dedicado a la contaminación
sin fronteras nos referíamos a las consecuencias
catastróficas de algunos “accidentes”, como el que supuso la explosión del
reactor nuclear de Chernobyl, auténtico desastre ambiental y humano. Y
señalábamos que, a menudo, no se trata de hechos accidentales, sino de
auténticas catástrofes anunciadas. Intentaremos fundamentar aquí esta tesis y
mostrar su validez general en todo tipo de desastres, incluidos los
considerados “naturales”. Sólo esta comprensión nos permitirá hacer
frente a los mismos y adoptar medidas efectivas para su reducción.
Las tormentas, inundaciones, erupciones
volcánicas, etc., son fenómenos que aparecen ligados a las “potentes fuerzas de
la naturaleza”, por lo que son denominados “desastres naturales”. Sin embargo,
el hecho de que dichos desastres estén experimentando un fuertísimo incremento
y se hayan más que triplicado desde los años 70 llevó a Janet Abramovitz (1999)
y a muchos otros investigadores a reconocer el papel de la acción humana en
este incremento y a hablar de “desastres antinaturales”.
El recuerdo de algunos ejemplos nos
ayudará a comprender la gravedad de este incremento de desastres, que
caracteriza la actual situación de emergencia planetaria:
- Los archivos históricos señalan que durante siglos hubo inundaciones
del río Yangtze en la provincia china de Hunau uno de cada veinte años,
mientras que ahora ¡se repiten 9 de cada 10 años!
- En la zona del Caribe y Centroamérica siempre hubo huracanes,
pero en 1998, el huracán Mitch barrió Centroamérica durante más de una
semana, dejando más de 10000 muertos. Fue el huracán más devastador de
cuantos habían afectado al Atlántico en los últimos 200 años. Después
vinieron otros, como el Katrina, de efectos igualmente destructivos y en número
siempre en aumento.
- Las olas de calor en la Europa húmeda se repiten a un
ritmo desconocido hasta aquí, intercalando sequías e
inundaciones…
Año tras año se superan los récords en
desastres. Y aunque hasta aquí están afectando muy particularmente a quienes,
víctimas de una pobreza extrema, ocupan zonas de riesgo en viviendas sin
protección alguna, inundaciones como las que sufre el centro de Europa o
huracanes como el Katrina muestran que no queda libre ninguna región
del planeta, que nos enfrentamos, de nuevo, a un problema planetario.
Pero no se trata de desastres naturales:
al destruir los bosques, desecar las zonas húmedas o desestabilizar el clima
–señalan los expertos- estamos atacando un sistema ecológico que nos protege de
tormentas, grandes sequías, huracanes y otras calamidades. Con otras palabras,
las acciones humanas guiadas por intereses a corto plazo –contaminación,
deforestación, destrucción de humedales…- que están contribuyendo al cambio climático, son responsables de la
amplificación de los fenómenos extremos (Delibes y Delibes, 2005).
Centroamérica, por
ejemplo, tiene las tasas mundiales de deforestación más altas.
Cada año la región pierde entre el 2 y el 4% de su superficie forestal. Sin esa
protección necesaria, el Mitch se llevó por delante las desnudas laderas,
puentes, casas, personas... Y el aumento de las inundaciones del Yangtze ha
sido paralelo a la deforestación de su cuenca. Lo mismo sucedió en Bangladesh
por la deforestación en la cuenca alta del Himalaya que causó la peor
inundación del siglo también en el verano del 98.
El cambio climático ejerce presiones
adicionales por las consecuencias del deshielo, lo que provocará –está
provocando ya- condiciones de avalanchas y desprendimiento de lodos y
desechos. Pero los desastres del deshielo van mucho más allá: el
continente de la Antártida constituye el 10 por ciento de la superficie
emergida de la Tierra, la mayor parte de ella cubierta por una enorme capa de
hielo que si se fundiera haría ascender el nivel de los océanos cubriendo las
zonas costeras en las que concentra hoy la mayor parte de la población. Un
desastre, de consecuencias inimaginables, que ya ha empezado a anunciarse con
la desaparición de algunas islas del Índico.
Podríamos multiplicar los ejemplos que
vinculan claramente el incremento de los desastres con la actividad humana:
baste referirse a la crisis de los arrecifes de coral, que están
perdiéndose por efecto directo de actividades humanas que incluyen los vertidos
de petróleo, de residuos, el desarrollo costero, la colisión de barcos, la
deforestación y los cultivos de tierra adentro que ocasionan la descarga de
sustancias dañinas, etc., amén de la extracción del coral y la sobreexplotación
pesquera. Se pierde así la protección que estos arrecifes de coral ejercen de
las tormentas, la erosión y las inundaciones: los efectos de los recientes “sutnamis”,
con centenares de miles de muertos, han sido muy superiores debido a la
destrucción de las barreras coralinas.
Consideraciones como
éstas llevaron a Naciones Unidas a instituir el Decenio Internacional para la
Reducción de los Desastres Naturales (1990-1999), con el propósito de
concienciar acerca de la importancia de las consecuencias de todo tipo de desastres
y la necesidad de su reducción. La experiencia adquirida en dicho tiempo y el
hecho de que en la década de los noventa se observara un incremento
significativo en la frecuencia, impacto y amplitud de los desastres, impulsaron
a considerar el papel esencial que juega la acción humana y comprender la
necesidad de la gestión del riesgo en la perspectiva del desarrollo sostenible. Así, en el año 2005
tuvo lugar en Japón la Conferencia Mundial sobre la Reducción de los Desastres Naturales, en la que se aprobó un
plan de acción decenal para el periodo 2005-2015, se creó un sistema de alerta
mundial contra los riesgos y se adoptó la declaración de Hyogo que recomienda fomentar
una cultura de prevención de desastres, señalando los vínculos entre la su
reducción, la mitigación de la pobreza y el desarrollo sostenible.
No será posible, en efecto, combatir el
incremento de los fenómenos meteorológicos extremos –cuyos efectos devastadores
acabaremos sufriendo todos- si ignoramos los problemas medioambientales y las
desigualdades sociales (ver Reducción de la pobreza). Resulta
particularmente chocante que las consecuencias de estos desastres dependan de
inciertas ayudas humanitarias y que no exista un seguro mundial contra las
catástrofes (naturales o no), que ponga fin a la vergüenza que supone la
lentitud y precariedad de la ayuda internacional tras las catástrofes, mientras
disponemos de costosísimos sistemas militares de intervención ultrarrápida.
Reflexiones similares son aplicables a los
grandes incendios y a los llamados impropiamente “accidentes”, como señalábamos
al principio, asociados a la producción, transporte y almacenaje de materias
peligrosas (radiactivas, metales pesados, petróleo...): "accidente"
es aquello que no forma parte de la esencia o naturaleza de las cosas, mientras
que los escapes de petróleo durante su extracción, la ruptura de los
oleoductos, las explosiones, las “mareas negras”… son estadísticamente
inevitables, dadas las condiciones en que se realizan esas operaciones de
extracción, transporte o almacenaje de los recursos energéticos. Y, de hecho,
se están produciendo continuamente en el Ártico siberiano; o en Brasil, donde
en julio del 2000 una mancha de crudo de más de 20 km cubrió el río Iguazú,
amenazando sus maravillosas cataratas. Es también el caso del naufragio de los
grandes petroleros, como el "Exxon Valdez", que naufragó en las
costas de Alaska, o el "Prestige", que se partió frente a las costas
gallegas. Y lo mismo puede decirse de la tragedia de Seveso, en 1976: se habló
de un fatal accidente, pero la enorme explosión era previsible por la gran
cantidad de dioxina almacenada procedente de la purificación de los compuestos
que se obtenían en una planta del norte de Italia.
No se trata, pues, de accidentes sino de
"destrucciones anunciadas", perfectamente previsibles y cuya
reducción exige la aplicación sistemática del Principio de Precaución y que la
búsqueda de mayores beneficios económicos a corto plazo deje de primar sobre la
seguridad de personas y ecosistemas (ver Crecimiento económico y
sostenibilidad). Desde el accidente de
Seveso, la Unión Europea introdujo unas “Normas Seveso” que constituyen un
estricto régimen de seguridad en las instalaciones industriales peligrosas,
pero que se aplican únicamente en Europa (Bovet et al., 2008, pp 28-29). Es
necesario, pues, crear un nuevo marco internacional que evite la imposición de
intereses particulares perjudiciales para todos, un nuevo concepto de
cooperación y solidaridad para la reducción del impacto ecológico de nuestras
actividades y el logro de un desarrollo humano sostenible (ver Gobernanza universal).
CUESTIONARIO SOBRE LA
CRITICA DE EDGAR MORIN SOBRE DESARROLLO
TECNOCIENTÍFICO Y ECONÓMICO.
1.
CUÁL ES EL CONCEPTO TRADICIONAL
(USUAL DURANTE MUCHOS AÑOS) DEL DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO Y ECONÓMICO.
2.
CUÁLES SON LAS CONSECUENCIAS
HOY EN DÍA DEL DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO.
3.
CUÁL ES ELE PROBLEMA
FUNDAMENTAL EN EL PROGRESO TECNOCIENTIFICO Y ECONÓMICO.
4.
QUÉ IDEAS INTRODUJO EL
CONCEPTO DE DESARROLLO SOSTENIBLE.
5.
CUÁLES HAN SIDO LOS
RESULTADOS DEL DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO.
6.
EN QUÉ CONSISTE CIERTO TIPO
DE ALFABETIZACIÓN CULTURAL QUE ACOMPAÑÓ AL DESARROLLO TECNOCIENTIFICO.
7.
QUÉ EFECTOS ORIGINADOS POR
LA DISMINUCIÓN DEL SENTIDO DE LA RESPONSABILIDAD HA GENERADO EL DESARROLLO
TECNOCIENTIFICO Y ECONÓMICO.
8.
CUÁL ES LA POSICIÓN DE EDGAR
MORIN SOBRE LA INCAPACIDAD PROFUNDA DEL
DESARROLLO TECNOCIENTIFICO Y ECONÓMICO DEL MUNDO.
EJERCICIO
Podemos decir
entonces que el desarrollo en el sentido únicamente técnico y económico provoca
la agravación de las dos pobrezas –la pobreza material para tantos excluidos y también una pobreza del alma y de la
psique. Desarrollo humano significa entonces integración, la combinación, el
dialogo permanente entre los procesos tecno-económicos y las afirmaciones del
Desarrollo humano, que contienen, en sí mismas, las ideas éticas de solidaridad
y de responsabilidad. Si además vemos ciencia, técnica, economía y beneficios
como los cuatro poderosos motores del porvenir humano, hoy en día vemos también
que no hay tampoco la regulación económica necesaria sobretodo en el mercado mundial
actual que se ha desarrollado desde los años noventa. Hay la lógica de la
rentabilidad, es una lógica que produce las poluciones tan comunes, que
constituyen un peligro para todo el planeta. La única gran profecía de Karl
Marx fue la idea de que la mercancía va a reemplazar todas las relaciones
humanas. Hoy en día no son únicamente las relaciones humanas, las relaciones
biológicas también, porque los genes –la vida misma- se han convertido en
mercancías. Den algo que se puede vender: se puede hacer de los genes una
propiedad privada.
Si vemos todos estos
problemas, podemos decir que estamos en un Titanic planetario, con su
cuatrimotor: técnico, científico, económico y de beneficios; pero no controlado
éticamente y políticamente. No hay que subordinar más el desarrollo humano al
desarrollo económico. Debemos invertir esto y subordinar el desarrollo
económico al desarrollo humano. Ese me parece es el papel ético fundamental. No
debemos ser simples objetos de este Titanic sin piloto, sino que debemos cambiar
y ser sujetos de la aventura humana.
INSTRUCCIONES.
Relaciona las columnas y anota el número en el paréntesis.
1. El sentido
únicamente técnico y económico del desarrollo ha producido
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( ) Técnico, científico, económico y de
beneficios.
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2. El desarrollo
humano significa
|
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( ) Podemos decir que estamos en un
Titanic planetario, n o controlado
ética, ni políticamente.
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3. La tesis del
articulo es
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( ) Integración, combinación y dialogo
permanente en los procesos tecno-científicos y la responsabilidad y
participación de los individuos.
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4. La conclusión
del articulo es
|
|
( ) No hay que subordinar más el
desarrollo humano al desarrollo económico.
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5. Son los cuatro
motores del titanic planetario
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( )
Agravación de la pobreza material para los excluidos y pobreza ética.
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