Suele afirmarse que los
desequilibrios, las tremendas desigualdades existentes entre los seres humanos,
generan conflictos, violencia. Podemos recordar, al respecto, las
palabras de Mayor Zaragoza (1997): “El 18% de la humanidad posee el 80% de la
riqueza y eso no puede ser. Esta situación desembocará en grandes
conflagraciones, en emigraciones masivas y en la ocupación de espacios por la
fuerza”. También en la misma dirección afirma Ramón Folch (1998): “La miseria
–injusta y conflictiva- lleva inexorablemente a explotaciones cada vez más
insensatas, en un desesperado intento de pagar intereses, de amortizar
capitales y de obtener algún mínimo beneficio. Esa pobreza exasperante no puede
generar más que insatisfacción y animosidad, odio y ánimo vengativo”.
No hay duda acerca de que los
desequilibrios extremos son insostenibles y provocarán los conflictos y
violencias a los que hacen referencia Mayor Zaragoza o Ramón Folch, pero es
preciso señalar que, en realidad, las desigualdades extremas son también
violencia (Vilches y Gil, 2003). ¿Qué mayor violencia que dejar morir de hambre
a millones de seres humanos, a millones de niños? El mantenimiento de la
situación de extrema pobreza en la que viven tantos millones de
seres humanos es un acto de violencia permanente (ver Reducción de la pobreza). Una violencia que, es
cierto, engendra más violencia, otras formas de violencia:
- Las guerras y carreras armamentistas con sus
implicaciones económicas y de sus terribles secuelas para personas y medio…
- El terrorismo en sus muy diversas manifestaciones, que
para algunos se ha convertido en "el principal enemigo",
justificando notables incrementos de los presupuestos militares… a
expensas de otros capítulos.
- El crimen organizado, las mafias, que trafican
con droga, armas, seres humanos... con su presencia creciente en todo el
planeta y también con un enorme peso económico, gracias a la corrupción y
al blanqueo del dinero negro que es canalizado hacia empresas
"respetables". Los negocios legales e ilegales resultan así
perfectamente imbricados y el volumen del comercio asociado a mafias se
estima de 2 a 10 millardos de dólares.
- Las presiones migratorias, con los dramas que conllevan
y los rechazos que producen…
- La actividad especuladora de algunas empresas transnacionales
que buscan el mayor beneficio propio a corto plazo, desplazando su
actividad allí donde los controles ambientales y los derechos de los
trabajadores son más débiles, contribuyendo a menudo con ayuda de la
corrupción, del tráfico de capitales y de los paraísos fiscales, al
deterioro social y a la destrucción del medio ambiente (Diamond, 2006).
Y tras todas estas formas de violencia
aparece siempre la búsqueda de beneficios particulares, sin
atender a sus consecuencias para los demás y, en un plazo cada vez más breve, para
nosotros mismos (ver Crecimiento económico y
sostenibilidad). La misma anteposición del
"nosotros" que produce, como hemos visto, una contaminación o un
agotamiento de recursos que perjudica a todos, explica los conflictos
armados, el crimen organizado, la explotación infantil y los miles de muertos
causados en los enfrentamientos en torno a la explotación del coltán o la falta
de atención a las necesidades de quienes padecen hambre, enfermedad, carecen de
trabajo…
No se trata, por otro lado, de una
cuestión puramente económica: la religión, la lengua, el color de la piel… todo
puede convertirse en bandera de enfrentamientos, de defensa del
"nosotros" frente al "enemigo externo". Hemos de ser
conscientes de que el problema es complejo: quienes destruyeron las esculturas
centenarias de Buda en Afganistán no buscaban beneficios económicos. Hay una
cultura maniquea, ampliamente extendida desde los tiempos más remotos, que nos
lleva sistemáticamente a anteponer "lo nuestro": nuestras
ideas, nuestras tradiciones… y, muy particularmente, nuestro beneficio
material, sin prestar demasiada atención a las consecuencias que para los otros
pueden tener nuestras acciones. Y ello se traduce en comportamientos agresivos,
en violencia de uno u otro tipo... y pérdidas absurdas para toda la
humanidad. Curiosamente se ha denominado globalización al proceso
actual de acumulación de beneficios por unos pocos a costa de la inmensa
mayoría. Pero no se puede aceptar que se conceda el calificativo de
globalizadores, mundialistas, a quienes sólo persiguen intereses particulares,
muy a menudo a corto plazo, aplicando políticas que perjudican a la mayoría de
la población presente y futura (ver Gobernanza universal).
Conviene recordar, a ese
respecto, la cifra aproximada de gasto militar mundial: ¡780000000000 dólares
anuales! Una cifra superior a los ingresos globales de la mitad más pobre de la
humanidad. Por eso la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo
(CMMAD, 1988) señaló que "El verdadero coste de la carrera armamentista es
la pérdida del producto que se hubiera podido obtener con él (…) Las fábricas
de armas, el transporte de esas armas y la explotación de los minerales
destinados a su producción, exigen enormes cantidades de energía y de recursos
minerales y contribuyen en gran parte a la contaminación y al deterioro del
medio ambiente". Y eso afecta muy especialmente - señalaba también la
CMMAD- a la investigación científica: "Medio millón de científicos
trabajan en la investigación relacionada con las armas en todo el mundo,
inversión que representa alrededor de la mitad de los gastos mundiales totales
en investigación y desarrollo. Estos gastos son superiores a todo lo que se
invierte con miras a desarrollar tecnologías para contar con nuevas fuentes de
energía y combatir la contaminación".
Estos gastos constituyen un gran negocio
para ciertos grupos de presión que imponen la producción y exportación de
armas, que defienden sus intereses sin preocuparse del uso que harán
sus clientes... pero sabiendo cuál será ese uso.
Es cierto que estos comportamientos, como
la mayoría de los que hoy rechazamos, son la prolongación de lo que la
humanidad ha venido haciendo durante milenios. Pensemos en los continuos
procesos de conquista, colonización y esclavitud. Pero hoy dichos
comportamientos, además de moralmente rechazables, ponen en peligro nuestra
supervivencia como especie. El instinto de supervivencia quizás pueda explicar
el "nosotros o ellos" del pasado, pero hoy exige un
cambio drástico: no es posible salvarse, en la actual situación de emergencia
planetaria, contra los otros sino con los otros. Como ha señalado el teólogo
brasileño Leonardo Boff, esta vez no habrá un Arca de Noé para unos pocos; como
los problemas son planetarios y afectan al conjunto de la humanidad, o nos
salvamos todos o perecemos todos. Y sin embargo nuestro comportamiento sigue
aferrado a la búsqueda de un beneficio a corto plazo, lo que explica también la
actividad de las organizaciones mafiosas y el terrorismo, dos fenómenos
entre los cuales se tejen, a menudo, estrechas relaciones y que merecen hoy una
atención especial.
En ambos casos nos encontramos con planteamientos
particularistas y a corto plazo, con razonamientos incapaces de analizar
globalmente las consecuencias de las acciones: sólo importa el objetivo propio.
Y "ha de ser ahora".
No podemos dejar de
detenernos en las migraciones forzadas o "voluntarias" de
millones de personas, otro de los más graves problemas que tienen las
sociedades en la actualidad y que se prevé se incrementará en el futuro. Es
cierto que los fenómenos migratorios no son algo nuevo. Se trata de algo tan
antiguo como la propia historia de la humanidad, a menudo provocado por la
miseria, el mero deseo de supervivencia… o la búsqueda de beneficio a costa
de otros. Recordemos, por ejemplo, lo que representó el desplazamiento de
unos 14 millones de esclavos desde África a América, o la extinción de los
pobladores autóctonos en amplias zonas de América. Pensemos que muchos de los
italianos, españoles, polacos o suecos que a finales del siglo XIX y principios
del XX emigraron al Nuevo Mundo huían del hambre y la miseria.
Pero desde el último cuarto de siglo XX el
mundo está conociendo los mayores movimientos migratorios de la historia. Casi
150 millones de personas son forzadas a emigrar por un conjunto de problemas
que tienen sus raíces en el hambre, la marginación y la escasez de recursos, a
menudo incrementadas por el rápido crecimiento demográfico y que se traducen en
enfrentamientos étnicos, persecuciones, guerras… Así, están teniendo
lugar migraciones por motivos políticos o bélicos que constituyen
el movimiento de refugiados, migraciones por motivos económicos,
es decir, por hambre, miseria, marginación y migraciones por causas
ambientales, como fenómenos nuevos asociados a la degradación:
desplazamientos poblacionales relacionados con el agotamiento de recursos, deforestación,
sequías... o con desastres ecológicos (fruto de la falta de aplicación
del principio de precaución) en los lugares de origen.
Todas estas formas de violencia están
interconectadas entre sí… y con el resto de problemas a los que venimos
haciendo referencia: desde el hiperconsumo o la explosión demográfica
a la contaminación y degradación de los ecosistemas. Todos se potencian
mutuamente y resulta iluso pretender resolver aisladamente cuestiones como el
terrorismo o las migraciones incontroladas. Los problemas son globales y las
soluciones habrán de serlo también, implicando desde tecnologías para la sostenibilidad, medidas educativas
y medidas políticas (ver Gobernanza universal
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