miércoles, 22 de octubre de 2014

La Sociedad del Riesgo Global

Ulrich Beck
  
Las pautas colectivas de vida, progreso y controlabilidad, pleno empleo y explotación de la naturaleza típicas de esta primera modernidad han quedado ahora socavadas por 5 procesos interrelacionados: la globalización, individualización, la revolución de géneros, el subempleo y los riesgos globales. El reto de esta segunda modernidad es qué debe hacer frente a todos estos desafíos.
El autor enfatiza que no se trata de posmodernidad, por lo que se debe reformar la sociología para que pueda proporcionar un nuevo marco para la reinvención de la sociedad y la política.
Por una parte, observamos el desarrollo de sociedades multireligiosas, multiétnicas y multiculturales, la multiplicación de soberanías, etc. Pero, por otra parte se observa, la extensión del sector informal de la economía y la flexibilización del trabajo, la desregulación legal de grandes sectores de la economía y de las relaciones laborales, la pérdida de legitimidad del estado, etc. Estos aspectos implican que la sociedad del riesgo global requiera de un nuevo marco de referencia para poder entender la dinámica y las contradicciones de la segunda modernidad (4).
¿Qué significa riesgo? Riesgo es el enfoque moderno de la previsión y control de las consecuencias futuras de la acción humana, las diversas consecuencias no deseadas de la modernización radicalizada. Es un intento de colonizar el futuro.
El concepto de riego y sociedad del riesgo combina lo que en tiempos era mutuamente excluyentes: sociedad y naturaleza, ciencias sociales y ciencias de la materia, construcción discursiva del riesgo y materialidad de amenazas (5).
En la sociedad del riesgo global la política y subpolítica de la definición del riesgo se hace extremadamente importante. Los riesgos se han convertido en una de las principales fuerzas de movilización política, sustituyendo muchas veces, por ejemplo, a las referencias a las desigualdades asociadas a la clase, la raza y el género (6).
En la sociedad del riesgo global, áreas de intervención y acción política que aparentemente carecen de importancia están cobrando extraordinaria relevancia, y cambios “menores” sí inducen transformaciones básicas a largo plazo en el juego de poder de la política del riesgo (7).
La globalidad del riesgo no significa, una igualdad global del riesgo, sino todo lo contrario: la primera ley de los riesgos medioambientales es: la contaminación sigue al pobre (8).
En la sociedad del riesgo financiero global, así como en la sociedad del riesgo global:
  • Existe una interrelación entre dos conflictos, dos lógicas de distribución: la distribución de bienes y la distribución de males;
  • Los fundamentos del “cálculo de riesgo” han sido socavados: no es posible compensar financieramente daños como millones de desempleados y pobres; no tiene sentido asegurarse frente a una recesión global;
  • La “explosividad social” de los riesgos financieros globales se está haciendo real;
  • La institución del estado-nación se colapsa;
  • El riesgo implica siempre el tema de la responsabilidad, y la necesidad de “globalización responsable” se convierte en un tema público y político de alcance mundial;
  • Surgen nuevas opciones: proteccionismo nacional y regional, instituciones transnacionales y democratización.
Este libro se concentra principalmente en los problemas ecológicos y tecnológicos del riesgo y en sus implicaciones sociológicas y políticas. La tesis del autor es que tenemos una “política de la Tierra” que no teníamos hace algunos años y que puede entenderse y organizarse en función de la dinámica y las contradicciones de una sociedad del riesgo global.
Vivimos en una era de riesgo que es global, individualista y más moral de lo que suponemos. La ética de la autorrealización y logro individual es la corriente más poderosa de la sociedad occidental moderna. Elegir, decidir y configurar individuos que aspiran a ser autores de su vida, creadores de su identidad, son las características de nuestra era.(11-13).
¿Somos una sociedad del “primero yo”? Uno podría pensar que sí considerando los tópicos que dominan el debate público: la disolución de la solidaridad, la decadencia de los valores, etc. La sociedad moderna vive de recursos morales que es incapaz de renovar (14).
La modernidad lleva en su seno un manantial de significado que es la libertad política. La modernidad desde ese punto de vista, significa que un mundo de certidumbre está pereciendo, a la vez que es sustituido, por un individualismo legalmente sancionado para todos.
En la primera modernidad, la cuestión de quién y quién no tenía derecho a la libertad se zanjaba recurriendo a aspectos tales como la “naturaleza” del género y la etnicidad; las contradicciones entre afirmaciones universales y realidades particulares eran resueltas mediante una ontología de la diferencia. Por tanto, hasta comienzos de los años setentas, a las mujeres se les negaban derechos civiles (15).
En la segunda modernidad, las declaraciones de la libertad empiezan a convertirse en hechos y a desafiar a las bases de la vida cotidiana, así como a la política global. Siendo hijos de la libertad, vivimos en unas condiciones de democracia radicalizada para las que muchos de los conceptos y fórmulas de la primera modernidad se han hecho inadecuados (16).
El nuevo juego de poder entre actores políticos territorialmente fijos y actores no territoriales es el elemento central expresado en la política de la incertidumbre y el riesgo. V.gr. el capital es global, el trabajo es local. En todo el mundo el trabajo frágil aumenta.
Asimismo, esto se vincula con el fin de la sociedad del trabajo a medida que un número cada vez mayor de seres humanos es sustituido por tecnologías inteligentes. El creciente desempleo ya no puede atribuirse a crisis económicas cíclicas, sino al éxito del capitalismo tecnológicamente avanzado (17). Por consiguiente, cuanto más se “desregulan” y “flexibilizan” las relaciones laborales, tanto más rápidamente se convierte la sociedad del trabajo en un sociedad del riesgo que no es susceptible de cálculo por parte de los individuos o de la política (19).
La globalización implica el debilitamiento de las estructuras estatales, de la autonomía y del poder del estado. La idea de una “responsabilidad global” implica como mínimo la posibilidad de un nuevo humanismo militar occidental: imponer los derechos humanos en todo el mundo. Entre mayor sea el éxito de las políticas neoliberales en el nivel global, es más probable que surja una “fachada cosmopolita” para legitimar la intervención militar occidental. La subordinación de estados débiles a las instituciones de la “gobernación global” crea en realidad el espacio para estrategias de poder disfrazadas de intervención humanitaria (21).
La idea de un Manifiesto Cosmopolita es que existe una nueva dialéctica de cuestiones globales y locales (glocales) que no tienen cabida en la política nacional. Por lo tanto, sólo se pueden debatir y resolver adecuadamente en un marco transnacional, para lo cual se tiene que dar lugar a la fundación de partidos cosmopolitas. Estos representan a los intereses transnacionales de forma transnacional, pero también funcionan dentro de los ámbitos de la política nacional (23).
Compartir riesgos o la “socialización del riesgo”, en opinión del autor, puede convertirse en una poderosa base de comunidad, una base que tiene aspectos territoriales y no territoriales. Hasta ahora el riesgo se ha contemplado como un fenómeno puramente negativo que hay que evitar o minimizar.
Pero también puede considerarse simultáneamente como fenómeno positivo cuando implica el compartir riesgos sin fronteras. Las comunidades posnacionales pueden, construirse y reconstruirse como comunidades de riesgo. El compartir riesgos, implica además la asunción de responsabilidades, lo que a su vez implica convenciones y fronteras en torno a una “comunidad de riesgo” que comparte la carga. En nuestro mundo de alta tecnología muchas comunidades de riesgo son comunidades potencialmente políticas en un nuevo sentido: de que tienen que vivir con los riesgos que aceptan otros. Existe una estructura básica de poder dentro de la sociedad mundial del riesgo, que divide a quienes producen y se benefician de los riesgos y a los muchos que se ven afectados por esos mismos riesgos (25).
Pueden encontrarse modelos de comunidades de riesgos posnacionales, por ejemplo, en los tratados ecológicos regionales, en las comunidades transnacionales, en organizaciones no gubernamentales o en movimientos globales, como las redes ecológicas o feministas.
Estos movimientos forman un “partido mundial” en un triple sentido. En primer lugar, sus valores y objetivos no tienen un fundamento nacional sino cosmopolita: apelan (¡libertad, diversidad, tolerancia!) a valores y tradiciones humanos en toda cultura y religión; se sienten obligados hacia el planeta en su conjunto. Los partidos nacionales, por otra parte, apelan a valores, tradiciones y solidaridades nacionales.
Son partidos mundiales porque sitúan la globalidad en el núcleo de la imaginación, la acción y la organización políticas. Proponen una política de alternativas concretas a las prioridades, firmemente establecidas y guiadas, de la esfera nacional. Proponen a demás, un nuevo concepto, nuevas estructuras, nuevas instituciones políticas que, por primera vez, ofrecen una plataforma para negociar y llevar a la práctica desde abajo las cuestiones transnacionales (26).
Son partidos mundiales en el sentido de que sólo son posibles como partidos multinacionales. Por tanto, tienen que existir movimientos y partidos cosmopolitas de origen francés, chino, etc. Que, al interactuar mutuamente en los diversos ámbitos de la sociedad mundial, luchen por producir valores, reciprocidades e instituciones cosmopolitas. Esto implica el fortalecimiento de las instituciones transnacionales independientes frente a los egoísmos nacionales, pero, sobre todo, la democratización de los regímenes y reguladores transnacionales (27).
2. ¿La sociedad del riesgo global como sociedad cosmopolita? Cuestiones ecológicas en un marco de incertidumbres fabricadas
La propia naturaleza no es naturaleza: es un concepto, una norma, un recuerdo, una utopía, un plan alternativo. La naturaleza está siendo redescubierta, en un momento en el que ya no existe. El movimiento ecologista está reaccionando al estado global de fusión contradictoria de naturaleza y sociedad que ha superado ambos conceptos en una relación de vínculos y perjuicios mutuos de que todavía no tenemos una idea, por no decir un concepto (32).
Pero si la naturaleza “en sí” no puede constituir la referencia analítica para la crisis ecológica y para una crítica del sistema industrial, ¿qué puede desempeñar ese papel? Lo más común es la ciencia de la naturaleza. Se supone que las fórmulas técnicas son decisivas para calibrar si el daño y la destrucción son tolerables. Este enfoque tiene tres inconvenientes. En primer lugar, conduce directamente a la “ecocracia”, que difiere de la tecnocracia en su mayor extensión de poder (gestión global), coronada por una buena conciencia característica.
En segundo lugar, ignora la importancia de las percepciones culturales y del conflicto y diálogo intercultural (33).
En tercer lugar, los enfoques de la ciencia natural de las cuestiones ecológicas implican una vez más modelos culturales ocultos de la naturaleza (por ejemplo, el modelo característico de los sistemas científicos, que difiere del modelo anterior de conservación natural).
Todo el mundo tiene que pensar en los conceptos de la ciencia natural simplemente para percibir el mundo como ecológicamente amenazado. La conciencia ecológica cotidiana es, por tanto, el reverso exacto de cierta conciencia “natural”, es una visión totalmente científica del mundo, en la que fórmulas químicas determinan el comportamiento cotidiano.
Podría parecer que los peligros no existen “en sí mismos”, con independencia de nuestras percepciones. Sólo se convierten en una cuestión política cuando la gente es, en general, consciente de ellos; son constructos sociales que se definen, ocultan o dramatizan estratégicamente en la esfera pública con la ayuda de material científico suministrado a tal efecto. Douglas y su coautor sostienen que no hay ninguna diferencia sustantiva entre los peligros que se planteaban en la historia temprana y los de la civilización desarrollada, excepto en el modo de la percepción cultural y en el modo en el que ésta se ha organizado en una sociedad mundial (34-35).
El debate realismo-constructivismo
Es aquí donde empieza la teoría de la sociedad del riesgo global. La justificación a este concepto tiene dos posibles respuestas: una realista y otra constructivista. En la perspectiva realista, las consecuencias y peligros de la producción industrial desarrollada ahora “son” globales. Este “son” se apoya en hallazgos científicos y en los debates de la destrucción en curso; el desarrollo de fuerzas productivas esta entretejido con el desarrollo de fuerzas destructivas y, en conjunto, ambas generan la novedosa dinámica de conflicto de una sociedad del riesgo global. El envenenamiento del aire, el agua, el suelo, las plantas y los alimentos “no sabe de fronteras”.
En esta perspectiva “realista”, hablar de la sociedad del riesgo global refleja la forzosa socialización global debida a los peligros producidos por la civilización (35-36).
Desde la perspectiva social-constructivista, por tanto, el hablar de una “sociedad del riesgo global” no se basa en una globalidad (científicamente diagnosticada) de los problemas, sino en “coalisiones de discurso” transnacionales, que plantean dentro del espacio público las cuestiones de una agenda medioambiental global (38).
Podríamos decir que el realismo concibe la problemática ecológica como “cerrada”, en tanto que el constructivismo mantiene en principio su apertura. Para uno, son los peligros (los escenarios de desastre total) de la sociedad del riesgo global los que constituyen el centro principal de atención; para el otro, son las oportunidades, los contextos en los que actúan los actores (40).
¿Cómo se construyen socialmente –y reconstruye sociológicamente- la distinción naturaleza-sociedad?
Los significados y dimensiones del tiempo “natural” y “social” vinculan las perspectivas realista y constructivista de forma sumamente reflexiva.
Partiendo de la teoría del capitalismo tardío, algunos autores que trabajan en la investigación teórica y empírica en el campo de la ecología social han identificado lo que denominan una crisis social en la relación con la naturaleza (44).
Por tanto, el enfoque socioecológico trata de resolver el dilema del naturalismo o sociocentrismo mediante la interacción de diferentes formas de ciencia y conocimiento.
Los rasgos distintivos de este enfoque son, en primer lugar, que, entre un determinado número  de relaciones naturales diferentes, cada una de ellas se capte como un campo específico por el que combatir; en segundo lugar, que su manipulación científica se vincule a la demanda de una nueva interdisciplinaridad, una nueva relación entre las ciencias naturales y sociales; en tercer lugar, que la pluralidad esté integrada en un modelo explicativo general de la sociedad, un modelo de <núcleo transformacional y envoltura cultural> (scharping y GÖrg 1994, p. 90; véase también a Becker, 1990) (45).
Riesgos inasegurables
La naturaleza y la destrucción de la naturaleza son producidas institucionalmente y definidas dentro de la naturaleza interiorizada industrialmente. Su contenido esencial se correlaciona con la capacidad institucional de actuar y modelar (48).
La teoría de la sociedad del riesgo global traduce la pregunta por la destrucción de la naturaleza en otra pregunta. ¿Cómo aborda la sociedad moderna las incertidumbres fabricadas autogeneradas? Lo esencial de esta fórmula es distinguir entre los riesgos que dependen de decisiones, y que en principio pueden controlarse, y peligros que han escapado o neutralizado los requisitos de control de las sociedad industrial (49).
En otras palabras, existen pesimistas tecnológicos, dignos de todo crédito, que no están de acuerdo con el juicio de los técnicos y las autoridades relevantes respecto al carácter inofensivo de sus productos o tecnologías. Estos pesimistas son los agentes de seguros y las compañías de seguros, cuyo realismo económico les impide tener relación alguna con un supuesto “riesgo cero”. La sociedad del riesgo global, pues, avanza haciendo equilibrios más allá de los límites de la asegurabilidad (49).
En la sociedad del riesgo global, los proyectos industriales se convierten en una empresa política, en el sentido de que las grandes inversiones presuponen un consenso a largo plazo. Tal consenso, sin embargo, ya no está garantizado –sino más bien amenazado- por las antiguas rutinas de la simple modernización. Lo que anteriormente podía negociarse e implementarse a puerta cerrada, mediante la fuerza de las limitaciones prácticas (...) queda ahora potencialmente expuesto a la crítica pública.
La industria, indudablemente, aumenta la productividad, pero al mismo tiempo corre el riesgo de perder legitimidad. El orden legal ya no garantiza la paz social porque generaliza y legitima las amenazas a la vida... y también a la política (53).
Una tipología de las amenazas globales
En las aplicaciones de esta teoría pueden distinguirse tres tipos de amenazas globales.
En primer lugar, existe conflictos sobre qué puede denominarse “males”: es decir, destrucción ecológica y peligro tecnológico-industriales motivados por la riqueza, tales como el agujero de la capa de ozono.
Una segunda categoría, comprende los riesgos que están directamente relacionados con la pobreza. Existe una estrecha vinculación entre la pobreza y la destrucción ambiental (54).
La tercera amenaza, sin embargo, la procedente de las armas de destrucción masiva NBC (nucleares, biológicas, químicas), se despliega de hecho en la situación excepcional de guerra (55).
Estas diversas amenazas globales muy bien pueden complementarse y acentuarse mutuamente: es decir, será necesario considerar la interacción entre la destrucción ecológica, las guerras y las consecuencias de la modernización incompleta. De este modo, la destrucción ecológica puede promover la guerra, bien sea en forma de conflicto armado por recursos vitalmente necesarios, como el agua, o porque los  ecofundamentalistas de Occidente exijan el uso de la fuerza militar para detener una destrucción que ya se está producción ( como la de los bosques tropicales. Es fácil imaginar que un país que vive en creciente pobreza explotará el entorno hasta agotarlo (56).
La aparición de una opinión pública mundial y de una subpolítica global
El concepto de “subpolítica” se refiere a la política al margen y más allá de las instituciones representativas del sistema político de los estados-nación. Centra la atención en los signos de una autoorganización (en la última instancia global) de la política que tiende a poner en movimiento todas las áreas de la sociedad. La subpolítica quiere decir política “directa” –es decir, la participación individual en las decisiones políticas, sorteando las instituciones de la formación representativa de la opinión (partidos políticos, parlamento) y muchas veces en carencia incluso de protección jurídica. En otras palabras, subpolítica quiere decir configurar la sociedad desde abajo..... De forma crucial, sin embargo, la subpolítica libera a la política al modificar las normas y límites de lo político, de forma que se hace más abierta y susceptible de nuevos vínculos, así como capaz de negociarse y reconfigurarse (61-62).
Lo que puso de rodilla a la multinacional petrolífera no fue Greenpeace, sino un boicoteo público masivo, reunido gracias a declaraciones de condena televisadas en todo el mundo. No es greenpeace por sí sola la que sacude al sistema político; lo que hace es poner de manifiesto un vacío de poder y de legitimidad que tiene mucho paralelismo con lo que ocurrió con la RDA (63).
Por tanto, la lección es: no hay soluciones de expertos en el discurso sobre el riesgo, porque los expertos sólo pueden aportar información fáctica, y nunca serán capaces de evaluar qué soluciones son culturalmente aceptables (67).
¿Pero cuáles son los lugares, los instrumentos y los medios de esta política directa de “ciudadanía tecnológica global”? El lugar político de la sociedad del riesgo global no es la calle sino la televisión. Su sujeto político no es la clase trabajadora y su organización, ni el sindicato. En vez de esto, los símbolos culturales se escenifican en los medios de comunicación de masas, donde puede descargarse la mala conciencia acumulada de los actores y de los consumidores de la sociedad industrial (69).
Los de Greenpeace son profesionales de los medios de comunicación multinacionales; saben cómo hay que presentar los casos en los que las normas de seguridad e inspección se promulgan y violan de forma contradictoria para que los grandes y poderosos tropiecen directamente con ellos y se retuerzan telegénicamente para el disfrute del público mundial (71).
3. De la sociedad industrial a la sociedad del riesgo: cuestiones de supervivencia, estructura social e ilustración ecológica
Ciertamente, a los seres humanos nos está negada la seguridad definitiva. ¿Pero no es también cierto que los “riesgos residuales” inevitables son el reverso de las oportunidades que la sociedad industrial desarrollada ofrece a la mayoría de sus miembros en un grado que carece de paralelos históricos? (77).
El cálculo del riesgo: seguridad predecible frente a un futuro abierto
Los dramas humanos –las plagas, enfermedades y desastres de las modernas megatecnologías. Difieren esencialmente de los “riesgos” en el sentido que yo les doy en que no se basan en decisiones o, más específicamente, en decisiones que se centran en las ventajas y oportunidades tecnoeconómicas y aceptan los peligros como el simple lado oscuro del progreso. Ése es el primer punto que resalto: los riesgos presumen decisiones y consideraciones de utilidad industrial... Difieren de los “daños de la guerra” por su “nacimiento normal” o, ... por su origen pacífico en los centros de racionalidad y prosperidad con la bendición de los garantes de la ley y el orden.
Esto tiene una consecuencia fundamental: los peligros preindustriales, no importa cuán grandes y desbastadores, eran “golpes del destino” que se descargaban sobre la humanidad desde “fuera” y que eran atribuibles a un “otro”: dioses, demonios o naturaleza. También aquí había innumerables acusaciones, pero se dirigían contra los dioses o contra Dios, tenían una “motivación religiosa”, por expresarlo de forma simple, y carecían de carga política, al contrario de lo que ocurre con los riesgos industriales. Pero al originarse los riesgos industriales en el proceso de toma de decisiones se plantea de forma irrevocable el problema de la exigencia de responsabilidades (accountability) sociales, incluso en aquellos ámbitos en los que las normas dominantes de la ciencia y del derecho sólo admiten en casos excepcionales tal exigencia de responsabilidades. La gente, las empresas y los políticos son responsables de los riesgos industriales (78-79).
El cálculo de los riesgos vincula las ciencias físicas, la ingeniería y las ciencias sociales. Puede aplicarse a fenómenos totalmente dispares, no sólo en la gestión de la salud sino de también a los riesgos económicos, de vejez, del empleo y del subempleo, etc. Además, permite un tipo de “moralización tecnológica” que ya no tiene que aplicar directamente imperativos morales y éticos (80).
El cálculo de los riesgos, la protección por las leyes de responsabilidad del seguro prometen lo imposible: sucesos futuros que todavía no se han producido se convierten en objeto de acciones actuales: prevención, indemnización y anticipación de medidas paliativas. Como muestra el sociólogo francés Francois Ewald (1986) en estudios detallados, la “invención “ del cálculo de riesgos estriba en hacer calculable lo incalculable con ayuda de estadísticas de siniestralidad y mediante fórmulas de compensación generalizables, así como mediante el principio de intercambio generalizado de “dinero por daños”. De este modo, un sistema normativo de reglas de responsabilidad social, indemnización y precauciones, cuyos detalles siempre son muy controvertidos, crea seguridad en el momento presente frente a un futuro incierto y abierto (81).
En último término, no hay ninguna institución, ni concreta ni, tampoco concebible, que esté preparada para el “peor accidente imaginable”, como tampoco existe ningún orden social que pueda garantizar su constitución social y política en este peor caso posible. Sin embargo, existen muchos especialistas en la única posibilidad que queda: negar los peligros... Por consiguiente, la estabilidad política en las sociedades del riesgo es la estabilidad de no pensar las cosas (83-84).
El papel de la tecnología y de las ciencias naturales en la sociedad del riesgo
Una idea inicial es básica: en cuestión de peligros, nadie es un experto... y sobre todo no lo son los expertos. Las predicciones de riesgos contienen una doble ambigüedad. En primer lugar, presuponen la aceptación cultura, no pueden producirla. No existe puente científico alguno entre la destrucción y la protesta o entre la destrucción y la aceptación. Los riesgos aceptables son, en definitiva, los riesgos que se han aceptado. En segundo lugar, el nuevo conocimiento puede convertir la normalidad en peligro de la noche a la mañana. La energía nuclear y el agujero de la capa de ozono son ejemplos destacados. Por tanto, el avance de la ciencia refuta sus proclamas de seguridad originales. Son los éxitos de la ciencia los que ponen de manifiesto las dudas respecto a sus predicciones de riesgos (91-92).
El poder de las ciencias “duras” descansa aquí en un simple constructo social. Se les confía la autoridad vinculante ... de decidir, sobre la base de sus propios estándares, qué exige el “estado de la tecnología”. Pero como esta cláusula general constituye el estándar legal de seguridad, organizaciones y comités privados... deciden en Alemania respecto a las dosis de peligros a los que es posible someter a cualquiera (92).
Este monopolio de los científicos e ingenieros en el diagnóstico de los peligros, sin embargo, está siendo puesto en tela de juicio por la “crisis de realidad” de las ciencias naturales y de la ingeniería en su trato con los detalles de los peligros que producen. Esto no ha ocurrido únicamente después de Chernobil, pero sí fue entonces cuando se hizo evidente por primera vez para un público amplio: la seguridad y la seguridad probable, aparentemente tan cercanas, son mundos distintos. Las ciencias de la ingeniería pueden determinar únicamente la seguridad probable. Por tanto, incluso aunque mañana vuelen  dos o tres reactores nucleares, sus enunciados seguirán siendo válidos (93-94).
El conflicto ecológico en la sociedad
El hecho de que la sociedad del riesgo no suponga un mero desafío técnico plantea la siguiente pregunta: ¿qué dinámica política, qué estructura social, qué escenarios de conflicto surgen de la legalización y normalización de las amenazas sistemáticas incontrolables? Para reducir las cosas a una fórmula cuya tosquedad admitimos: el hambre es jerárquica. Incluso después de la Segunda Guerra Mundial no todo el mundo pasó hambre. La contaminación nuclear, sin embargo, es igualitaria y, en ese sentido, “democrática”. Los nitratos en el agua continental no se detienen en el grifo del director general (96).
Puede ocurrir que en temporal de la amenaza “todos estemos en el mismo barco”, como dice el tópico. Pero, como tantas veces ocurre, también aquí hay capitanes, pasajeros, etc. en el agua. En otras palabras, hay países, sectores y empresas que se benefician de la producción de riesgo, y otros que se encuentran amenazados su existencia económica y su bienestar físico (97).
Las “amenazas a la naturaleza” no son simplemente eso; señalarlas también significa amenazar la propiedad, el capital, el empleo, el poder sindical, el fundamento económico de sectores y regiones enteras y la estructura de los estados-nación y los mercados globales. Por tanto, existen “efectos colaterales” de la naturaleza y “efectos colaterales de los efectos colaterales” dentro de las instituciones fundamentales de la primera modernidad (99).

Expresándolo de forma un tanto cruda, podría afirmarse como conclusión que lo que para la industria contaminante es el “medio ambiente”, para las regiones y sectores perdedores afectados constituye la base de su existencia económica. La consecuencia es que los sistemas políticos, en su arquitectura de estados-nación, por una parte, y las posiciones de conflicto ecológico a gran escala, por otra, se hacen mutuamente autónomos y originan desplazamientos “geopolíticos” que someten a la estructura interna e internacional de los bloques económicos y militares a tensiones enteramente nuevas, aunque también ofrecen oportunidades nuevas. La etapa de la política de la sociedad del riesgo, que empieza a escucharse hoy en el ámbito del desarme y la distensión en las relaciones entre Oriente y Occidente, ya no puede entenderse en el nivel nacional, sino sólo en el internacional, porque los mecanismos sociales de las situaciones de riesgo no tienen en cuenta al estado-nación y sus sistemas de alianzas (102).

No hay comentarios:

Publicar un comentario