Ulrich
Beck
Las pautas colectivas de vida, progreso y
controlabilidad, pleno empleo y explotación de la naturaleza típicas de esta
primera modernidad han quedado ahora socavadas por 5 procesos
interrelacionados: la globalización, individualización, la revolución de
géneros, el subempleo y los riesgos globales. El reto de esta segunda
modernidad es qué debe hacer frente a todos estos desafíos.
El
autor enfatiza que no se trata de posmodernidad, por lo que se debe reformar la
sociología para que pueda proporcionar un nuevo marco para la reinvención de la
sociedad y la política.
Por una parte, observamos el desarrollo de sociedades
multireligiosas, multiétnicas y multiculturales, la multiplicación de
soberanías, etc. Pero, por otra parte se observa, la extensión del sector
informal de la economía y la flexibilización del trabajo, la desregulación
legal de grandes sectores de la economía y de las relaciones laborales, la
pérdida de legitimidad del estado, etc. Estos aspectos implican que la sociedad
del riesgo global requiera de un nuevo marco de referencia para poder entender
la dinámica y las contradicciones de la segunda modernidad (4).
¿Qué significa riesgo? Riesgo es el enfoque moderno de
la previsión y control de las consecuencias futuras de la acción humana, las
diversas consecuencias no deseadas de la modernización radicalizada. Es un
intento de colonizar el futuro.
El concepto de riego y sociedad del riesgo combina lo
que en tiempos era mutuamente excluyentes: sociedad y naturaleza, ciencias
sociales y ciencias de la materia, construcción discursiva del riesgo y
materialidad de amenazas (5).
En la sociedad del riesgo global la política y
subpolítica de la definición del riesgo se hace extremadamente importante. Los
riesgos se han convertido en una de las principales fuerzas de movilización
política, sustituyendo muchas veces, por ejemplo, a las referencias a las
desigualdades asociadas a la clase, la raza y el género (6).
En la sociedad del riesgo global, áreas de
intervención y acción política que aparentemente carecen de importancia están
cobrando extraordinaria relevancia, y cambios “menores” sí inducen
transformaciones básicas a largo plazo en el juego de poder de la política del
riesgo (7).
La globalidad del riesgo no significa, una igualdad
global del riesgo, sino todo lo contrario: la primera ley de los riesgos
medioambientales es: la contaminación sigue al pobre (8).
En la sociedad del riesgo financiero global, así como
en la sociedad del riesgo global:
- Existe una interrelación entre dos conflictos, dos lógicas de
distribución: la distribución de bienes y la distribución de males;
- Los fundamentos del “cálculo de riesgo” han sido socavados: no es
posible compensar financieramente daños como millones de desempleados y
pobres; no tiene sentido asegurarse frente a una recesión global;
- La “explosividad social” de los riesgos financieros globales
se está haciendo real;
- La institución del estado-nación se colapsa;
- El riesgo implica siempre el tema de la responsabilidad, y la
necesidad de “globalización responsable” se convierte en un tema público y
político de alcance mundial;
- Surgen nuevas opciones: proteccionismo nacional y regional,
instituciones transnacionales y democratización.
Este
libro se concentra principalmente en los problemas ecológicos y tecnológicos
del riesgo y en sus implicaciones sociológicas y políticas. La tesis del autor
es que tenemos una “política de la Tierra” que no teníamos hace algunos años y
que puede entenderse y organizarse en función de la dinámica y las contradicciones
de una sociedad del riesgo global.
Vivimos
en una era de riesgo que es global, individualista y más moral de lo que
suponemos. La ética de la autorrealización y logro individual es la corriente
más poderosa de la sociedad occidental moderna. Elegir, decidir y configurar
individuos que aspiran a ser autores de su vida, creadores de su identidad, son
las características de nuestra era.(11-13).
¿Somos
una sociedad del “primero yo”? Uno podría pensar que sí considerando los
tópicos que dominan el debate público: la disolución de la solidaridad, la
decadencia de los valores, etc. La sociedad moderna vive de recursos morales
que es incapaz de renovar (14).
La
modernidad lleva en su seno un manantial de significado que es la libertad
política. La modernidad desde ese punto de vista, significa que un mundo de
certidumbre está pereciendo, a la vez que es sustituido, por un individualismo
legalmente sancionado para todos.
En
la primera modernidad, la cuestión de quién y quién no tenía derecho a la
libertad se zanjaba recurriendo a aspectos tales como la “naturaleza” del
género y la etnicidad; las contradicciones entre afirmaciones universales y
realidades particulares eran resueltas mediante una ontología de la diferencia.
Por tanto, hasta comienzos de los años setentas, a las mujeres se les negaban
derechos civiles (15).
En
la segunda modernidad, las declaraciones de la libertad empiezan a convertirse
en hechos y a desafiar a las bases de la vida cotidiana, así como a la política
global. Siendo hijos de la libertad, vivimos en unas condiciones de democracia
radicalizada para las que muchos de los conceptos y fórmulas de la primera
modernidad se han hecho inadecuados (16).
El
nuevo juego de poder entre actores políticos territorialmente fijos y actores
no territoriales es el elemento central expresado en la política de la
incertidumbre y el riesgo. V.gr. el capital es global, el trabajo es local. En
todo el mundo el trabajo frágil aumenta.
Asimismo,
esto se vincula con el fin de la sociedad del trabajo a medida que un número
cada vez mayor de seres humanos es sustituido por tecnologías inteligentes. El
creciente desempleo ya no puede atribuirse a crisis económicas cíclicas, sino
al éxito del capitalismo tecnológicamente avanzado (17). Por consiguiente,
cuanto más se “desregulan” y “flexibilizan” las relaciones laborales, tanto más
rápidamente se convierte la sociedad del trabajo en un sociedad del riesgo que
no es susceptible de cálculo por parte de los individuos o de la política (19).
La
globalización implica el debilitamiento de las estructuras estatales, de la
autonomía y del poder del estado. La idea de una “responsabilidad global”
implica como mínimo la posibilidad de un nuevo humanismo militar
occidental: imponer los derechos humanos en todo el mundo. Entre mayor sea el
éxito de las políticas neoliberales en el nivel global, es más probable que
surja una “fachada cosmopolita” para legitimar la intervención militar
occidental. La subordinación de estados débiles a las instituciones de la
“gobernación global” crea en realidad el espacio para estrategias de poder
disfrazadas de intervención humanitaria (21).
La
idea de un Manifiesto Cosmopolita es que existe una nueva dialéctica de
cuestiones globales y locales (glocales) que no tienen cabida en la política nacional.
Por lo tanto, sólo se pueden debatir y resolver adecuadamente en un marco
transnacional, para lo cual se tiene que dar lugar a la fundación de partidos
cosmopolitas. Estos representan a los intereses transnacionales de forma
transnacional, pero también funcionan dentro de los ámbitos de la política
nacional (23).
Compartir
riesgos o la “socialización del riesgo”, en opinión del autor, puede
convertirse en una poderosa base de comunidad, una base que tiene aspectos
territoriales y no territoriales. Hasta ahora el riesgo se ha contemplado como
un fenómeno puramente negativo que hay que evitar o minimizar.
Pero
también puede considerarse simultáneamente como fenómeno positivo cuando
implica el compartir riesgos sin fronteras. Las comunidades posnacionales
pueden, construirse y reconstruirse como comunidades de riesgo. El compartir
riesgos, implica además la asunción de responsabilidades, lo que a su vez
implica convenciones y fronteras en torno a una “comunidad de riesgo” que
comparte la carga. En nuestro mundo de alta tecnología muchas comunidades de
riesgo son comunidades potencialmente políticas en un nuevo sentido: de que
tienen que vivir con los riesgos que aceptan otros. Existe una estructura
básica de poder dentro de la sociedad mundial del riesgo, que divide a quienes
producen y se benefician de los riesgos y a los muchos que se ven afectados por
esos mismos riesgos (25).
Pueden
encontrarse modelos de comunidades de riesgos posnacionales, por ejemplo, en
los tratados ecológicos regionales, en las comunidades transnacionales, en
organizaciones no gubernamentales o en movimientos globales, como las redes
ecológicas o feministas.
Estos
movimientos forman un “partido mundial” en un triple sentido. En primer lugar,
sus valores y objetivos no tienen un fundamento nacional sino cosmopolita:
apelan (¡libertad, diversidad, tolerancia!) a valores y tradiciones
humanos en toda cultura y religión; se sienten obligados hacia el planeta en su
conjunto. Los partidos nacionales, por otra parte, apelan a valores, tradiciones
y solidaridades nacionales.
Son
partidos mundiales porque sitúan la globalidad en el núcleo de la imaginación,
la acción y la organización políticas. Proponen una política de alternativas
concretas a las prioridades, firmemente establecidas y guiadas, de la esfera
nacional. Proponen a demás, un nuevo concepto, nuevas estructuras, nuevas
instituciones políticas que, por primera vez, ofrecen una plataforma para
negociar y llevar a la práctica desde abajo las cuestiones transnacionales
(26).
Son
partidos mundiales en el sentido de que sólo son posibles como partidos
multinacionales. Por tanto, tienen que existir movimientos y partidos
cosmopolitas de origen francés, chino, etc. Que, al interactuar mutuamente en
los diversos ámbitos de la sociedad mundial, luchen por producir valores,
reciprocidades e instituciones cosmopolitas. Esto implica el fortalecimiento de
las instituciones transnacionales independientes frente a los egoísmos
nacionales, pero, sobre todo, la democratización de los regímenes y reguladores
transnacionales (27).
2.
¿La sociedad del riesgo global como sociedad cosmopolita? Cuestiones ecológicas
en un marco de incertidumbres fabricadas
La
propia naturaleza no es naturaleza: es un concepto, una norma, un recuerdo, una
utopía, un plan alternativo. La naturaleza está siendo redescubierta, en un
momento en el que ya no existe. El movimiento ecologista está reaccionando al
estado global de fusión contradictoria de naturaleza y sociedad que ha superado
ambos conceptos en una relación de vínculos y perjuicios mutuos de que todavía
no tenemos una idea, por no decir un concepto (32).
Pero
si la naturaleza “en sí” no puede constituir la referencia analítica para la
crisis ecológica y para una crítica del sistema industrial, ¿qué puede
desempeñar ese papel? Lo más común es la ciencia de la naturaleza. Se supone
que las fórmulas técnicas son decisivas para calibrar si el daño y la
destrucción son tolerables. Este enfoque tiene tres inconvenientes. En primer
lugar, conduce directamente a la “ecocracia”, que difiere de la tecnocracia en
su mayor extensión de poder (gestión global), coronada por una buena conciencia
característica.
En
segundo lugar, ignora la importancia de las percepciones culturales y del
conflicto y diálogo intercultural (33).
En
tercer lugar, los enfoques de la ciencia natural de las cuestiones ecológicas
implican una vez más modelos culturales ocultos de la naturaleza (por ejemplo,
el modelo característico de los sistemas científicos, que difiere del modelo
anterior de conservación natural).
Todo
el mundo tiene que pensar en los conceptos de la ciencia natural simplemente
para percibir el mundo como ecológicamente amenazado. La conciencia ecológica
cotidiana es, por tanto, el reverso exacto de cierta conciencia “natural”, es
una visión totalmente científica del mundo, en la que fórmulas químicas
determinan el comportamiento cotidiano.
Podría
parecer que los peligros no existen “en sí mismos”, con independencia de
nuestras percepciones. Sólo se convierten en una cuestión política cuando la
gente es, en general, consciente de ellos; son constructos sociales que se
definen, ocultan o dramatizan estratégicamente en la esfera pública con la
ayuda de material científico suministrado a tal efecto. Douglas y su coautor
sostienen que no hay ninguna diferencia sustantiva entre los peligros que se
planteaban en la historia temprana y los de la civilización desarrollada,
excepto en el modo de la percepción cultural y en el modo en el que ésta se ha
organizado en una sociedad mundial (34-35).
El
debate realismo-constructivismo
Es
aquí donde empieza la teoría de la sociedad del riesgo global. La justificación
a este concepto tiene dos posibles respuestas: una realista y otra
constructivista. En la perspectiva realista, las consecuencias y peligros de la
producción industrial desarrollada ahora “son” globales. Este “son” se apoya en
hallazgos científicos y en los debates de la destrucción en curso; el
desarrollo de fuerzas productivas esta entretejido con el desarrollo de fuerzas
destructivas y, en conjunto, ambas generan la novedosa dinámica de conflicto de
una sociedad del riesgo global. El envenenamiento del aire, el agua, el suelo,
las plantas y los alimentos “no sabe de fronteras”.
En
esta perspectiva “realista”, hablar de la sociedad del riesgo global refleja la
forzosa socialización global debida a los peligros producidos por la
civilización (35-36).
Desde
la perspectiva social-constructivista, por tanto, el hablar de una “sociedad
del riesgo global” no se basa en una globalidad (científicamente diagnosticada)
de los problemas, sino en “coalisiones de discurso” transnacionales, que
plantean dentro del espacio público las cuestiones de una agenda medioambiental
global (38).
Podríamos
decir que el realismo concibe la problemática ecológica como “cerrada”, en
tanto que el constructivismo mantiene en principio su apertura. Para
uno, son los peligros (los escenarios de desastre total) de la sociedad
del riesgo global los que constituyen el centro principal de atención; para el
otro, son las oportunidades, los contextos en los que actúan los actores
(40).
¿Cómo
se construyen socialmente –y reconstruye sociológicamente- la distinción
naturaleza-sociedad?
Los
significados y dimensiones del tiempo “natural” y “social” vinculan las
perspectivas realista y constructivista de forma sumamente reflexiva.
Partiendo
de la teoría del capitalismo tardío, algunos autores que trabajan en la
investigación teórica y empírica en el campo de la ecología social han
identificado lo que denominan una crisis social en la relación con la
naturaleza (44).
Por
tanto, el enfoque socioecológico trata de resolver el dilema del naturalismo o
sociocentrismo mediante la interacción de diferentes formas de ciencia y
conocimiento.
Los
rasgos distintivos de este enfoque son, en primer lugar, que, entre un
determinado número de relaciones
naturales diferentes, cada una de ellas se capte como un campo específico por
el que combatir; en segundo lugar, que su manipulación científica se vincule a
la demanda de una nueva interdisciplinaridad, una nueva relación entre
las ciencias naturales y sociales; en tercer lugar, que la pluralidad esté
integrada en un modelo explicativo general de la sociedad, un modelo de
<núcleo transformacional y envoltura cultural> (scharping y GÖrg 1994, p.
90; véase también a Becker, 1990) (45).
Riesgos
inasegurables
La
naturaleza y la destrucción de la naturaleza son producidas institucionalmente
y definidas dentro de la naturaleza interiorizada industrialmente. Su contenido
esencial se correlaciona con la capacidad institucional de actuar y modelar
(48).
La
teoría de la sociedad del riesgo global traduce la pregunta por la destrucción
de la naturaleza en otra pregunta. ¿Cómo aborda la sociedad moderna las
incertidumbres fabricadas autogeneradas? Lo esencial de esta fórmula es
distinguir entre los riesgos que dependen de decisiones, y que en principio
pueden controlarse, y peligros que han escapado o neutralizado los requisitos
de control de las sociedad industrial (49).
En
otras palabras, existen pesimistas tecnológicos, dignos de todo crédito, que no
están de acuerdo con el juicio de los técnicos y las autoridades relevantes
respecto al carácter inofensivo de sus productos o tecnologías. Estos
pesimistas son los agentes de seguros y las compañías de seguros, cuyo realismo
económico les impide tener relación alguna con un supuesto “riesgo cero”. La
sociedad del riesgo global, pues, avanza haciendo equilibrios más allá de los
límites de la asegurabilidad (49).
En
la sociedad del riesgo global, los proyectos industriales se convierten en una
empresa política, en el sentido de que las grandes inversiones
presuponen un consenso a largo plazo. Tal consenso, sin embargo, ya no está
garantizado –sino más bien amenazado- por las antiguas rutinas de la simple
modernización. Lo que anteriormente podía negociarse e implementarse a puerta
cerrada, mediante la fuerza de las limitaciones prácticas (...) queda ahora
potencialmente expuesto a la crítica pública.
La
industria, indudablemente, aumenta la productividad, pero al mismo tiempo corre
el riesgo de perder legitimidad. El orden legal ya no garantiza la paz social
porque generaliza y legitima las amenazas a la vida... y también a la política
(53).
Una
tipología de las amenazas globales
En
las aplicaciones de esta teoría pueden distinguirse tres tipos de amenazas
globales.
En
primer lugar, existe conflictos sobre qué puede denominarse “males”: es decir,
destrucción ecológica y peligro tecnológico-industriales motivados por la
riqueza, tales como el agujero de la capa de ozono.
Una
segunda categoría, comprende los riesgos que están directamente relacionados
con la pobreza. Existe una estrecha vinculación entre la pobreza y la
destrucción ambiental (54).
La
tercera amenaza, sin embargo, la procedente de las armas de destrucción
masiva NBC (nucleares, biológicas, químicas), se despliega de hecho en la
situación excepcional de guerra (55).
Estas
diversas amenazas globales muy bien pueden complementarse y acentuarse
mutuamente: es decir, será necesario considerar la interacción entre la
destrucción ecológica, las guerras y las consecuencias de la modernización
incompleta. De este modo, la destrucción ecológica puede promover la guerra,
bien sea en forma de conflicto armado por recursos vitalmente necesarios, como
el agua, o porque los ecofundamentalistas
de Occidente exijan el uso de la fuerza militar para detener una destrucción
que ya se está producción ( como la de los bosques tropicales. Es fácil
imaginar que un país que vive en creciente pobreza explotará el entorno hasta
agotarlo (56).
La
aparición de una opinión pública mundial y de una subpolítica global
El
concepto de “subpolítica” se refiere a la política al margen y más allá de las
instituciones representativas del sistema político de los estados-nación.
Centra la atención en los signos de una autoorganización (en la última
instancia global) de la política que tiende a poner en movimiento todas las
áreas de la sociedad. La subpolítica quiere decir política “directa” –es decir,
la participación individual en las decisiones políticas, sorteando las
instituciones de la formación representativa de la opinión (partidos políticos,
parlamento) y muchas veces en carencia incluso de protección jurídica. En otras
palabras, subpolítica quiere decir configurar la sociedad desde abajo..... De
forma crucial, sin embargo, la subpolítica libera a la política al modificar
las normas y límites de lo político, de forma que se hace más abierta y
susceptible de nuevos vínculos, así como capaz de negociarse y reconfigurarse
(61-62).
Lo
que puso de rodilla a la multinacional petrolífera no fue Greenpeace, sino un
boicoteo público masivo, reunido gracias a declaraciones de condena televisadas
en todo el mundo. No es greenpeace por sí sola la que sacude al sistema
político; lo que hace es poner de manifiesto un vacío de poder y de legitimidad
que tiene mucho paralelismo con lo que ocurrió con la RDA (63).
Por
tanto, la lección es: no hay soluciones de expertos en el discurso sobre el
riesgo, porque los expertos sólo pueden aportar información fáctica, y nunca
serán capaces de evaluar qué soluciones son culturalmente aceptables (67).
¿Pero
cuáles son los lugares, los instrumentos y los medios de esta política directa
de “ciudadanía tecnológica global”? El lugar político de la sociedad del riesgo
global no es la calle sino la televisión. Su sujeto político no es la
clase trabajadora y su organización, ni el sindicato. En vez de esto, los
símbolos culturales se escenifican en los medios de comunicación de masas, donde
puede descargarse la mala conciencia acumulada de los actores y de los
consumidores de la sociedad industrial (69).
Los
de Greenpeace son profesionales de los medios de comunicación multinacionales;
saben cómo hay que presentar los casos en los que las normas de seguridad e
inspección se promulgan y violan de forma contradictoria para que los grandes y
poderosos tropiecen directamente con ellos y se retuerzan telegénicamente para
el disfrute del público mundial (71).
3.
De la sociedad industrial a la sociedad del riesgo: cuestiones de
supervivencia, estructura social e ilustración ecológica
Ciertamente,
a los seres humanos nos está negada la seguridad definitiva. ¿Pero no es
también cierto que los “riesgos residuales” inevitables son el reverso de las
oportunidades que la sociedad industrial desarrollada ofrece a la mayoría de
sus miembros en un grado que carece de paralelos históricos? (77).
El
cálculo del riesgo: seguridad predecible frente a un futuro abierto
Los
dramas humanos –las plagas, enfermedades y desastres de las modernas
megatecnologías. Difieren esencialmente de los “riesgos” en el sentido que yo
les doy en que no se basan en decisiones o, más específicamente, en decisiones
que se centran en las ventajas y oportunidades tecnoeconómicas y aceptan los
peligros como el simple lado oscuro del progreso. Ése es el primer punto que
resalto: los riesgos presumen decisiones y consideraciones de utilidad
industrial... Difieren de los “daños de la guerra” por su “nacimiento normal”
o, ... por su origen pacífico en los centros de racionalidad y prosperidad con
la bendición de los garantes de la ley y el orden.
Esto
tiene una consecuencia fundamental: los peligros preindustriales, no importa
cuán grandes y desbastadores, eran “golpes del destino” que se descargaban
sobre la humanidad desde “fuera” y que eran atribuibles a un “otro”: dioses,
demonios o naturaleza. También aquí había innumerables acusaciones, pero se
dirigían contra los dioses o contra Dios, tenían una “motivación religiosa”,
por expresarlo de forma simple, y carecían de carga política, al contrario de
lo que ocurre con los riesgos industriales. Pero al originarse los riesgos
industriales en el proceso de toma de decisiones se plantea de forma
irrevocable el problema de la exigencia de responsabilidades (accountability)
sociales, incluso en aquellos ámbitos en los que las normas dominantes de la
ciencia y del derecho sólo admiten en casos excepcionales tal exigencia de
responsabilidades. La gente, las empresas y los políticos son responsables de
los riesgos industriales (78-79).
El
cálculo de los riesgos vincula las ciencias físicas, la ingeniería y las
ciencias sociales. Puede aplicarse a fenómenos totalmente dispares, no sólo en
la gestión de la salud sino de también a los riesgos económicos, de vejez, del
empleo y del subempleo, etc. Además, permite un tipo de “moralización
tecnológica” que ya no tiene que aplicar directamente imperativos morales y
éticos (80).
El
cálculo de los riesgos, la protección por las leyes de responsabilidad del
seguro prometen lo imposible: sucesos futuros que todavía no se han producido
se convierten en objeto de acciones actuales: prevención, indemnización y
anticipación de medidas paliativas. Como muestra el sociólogo francés Francois
Ewald (1986) en estudios detallados, la “invención “ del cálculo de riesgos
estriba en hacer calculable lo incalculable con ayuda de estadísticas de
siniestralidad y mediante fórmulas de compensación generalizables, así como
mediante el principio de intercambio generalizado de “dinero por daños”. De
este modo, un sistema normativo de reglas de responsabilidad social,
indemnización y precauciones, cuyos detalles siempre son muy controvertidos,
crea seguridad en el momento presente frente a un futuro incierto y abierto
(81).
En
último término, no hay ninguna institución, ni concreta ni, tampoco concebible,
que esté preparada para el “peor accidente imaginable”, como tampoco existe
ningún orden social que pueda garantizar su constitución social y política en
este peor caso posible. Sin embargo, existen muchos especialistas en la única
posibilidad que queda: negar los peligros... Por consiguiente, la estabilidad
política en las sociedades del riesgo es la estabilidad de no pensar las cosas
(83-84).
El
papel de la tecnología y de las ciencias naturales en la sociedad del riesgo
Una
idea inicial es básica: en cuestión de peligros, nadie es un experto... y sobre
todo no lo son los expertos. Las predicciones de riesgos contienen una doble
ambigüedad. En primer lugar, presuponen la aceptación cultura, no pueden
producirla. No existe puente científico alguno entre la destrucción y la
protesta o entre la destrucción y la aceptación. Los riesgos aceptables son, en
definitiva, los riesgos que se han aceptado. En segundo lugar, el nuevo
conocimiento puede convertir la normalidad en peligro de la noche a la mañana.
La energía nuclear y el agujero de la capa de ozono son ejemplos destacados.
Por tanto, el avance de la ciencia refuta sus proclamas de seguridad
originales. Son los éxitos de la ciencia los que ponen de manifiesto las
dudas respecto a sus predicciones de riesgos (91-92).
El
poder de las ciencias “duras” descansa aquí en un simple constructo social. Se
les confía la autoridad vinculante ... de decidir, sobre la base de sus propios
estándares, qué exige el “estado de la tecnología”. Pero como esta cláusula general
constituye el estándar legal de seguridad, organizaciones y comités privados...
deciden en Alemania respecto a las dosis de peligros a los que es posible
someter a cualquiera (92).
Este
monopolio de los científicos e ingenieros en el diagnóstico de los peligros,
sin embargo, está siendo puesto en tela de juicio por la “crisis de realidad”
de las ciencias naturales y de la ingeniería en su trato con los detalles de
los peligros que producen. Esto no ha ocurrido únicamente después de Chernobil,
pero sí fue entonces cuando se hizo evidente por primera vez para un público
amplio: la seguridad y la seguridad probable, aparentemente tan cercanas, son
mundos distintos. Las ciencias de la ingeniería pueden determinar únicamente la
seguridad probable. Por tanto, incluso aunque mañana vuelen dos o tres reactores nucleares, sus
enunciados seguirán siendo válidos (93-94).
El
conflicto ecológico en la sociedad
El
hecho de que la sociedad del riesgo no suponga un mero desafío técnico plantea
la siguiente pregunta: ¿qué dinámica política, qué estructura social, qué
escenarios de conflicto surgen de la legalización y normalización de las
amenazas sistemáticas incontrolables? Para reducir las cosas a una fórmula cuya
tosquedad admitimos: el hambre es jerárquica. Incluso después de la Segunda
Guerra Mundial no todo el mundo pasó hambre. La contaminación nuclear, sin
embargo, es igualitaria y, en ese sentido, “democrática”. Los nitratos en el
agua continental no se detienen en el grifo del director general (96).
Puede
ocurrir que en temporal de la amenaza “todos estemos en el mismo barco”, como
dice el tópico. Pero, como tantas veces ocurre, también aquí hay capitanes,
pasajeros, etc. en el agua. En otras palabras, hay países, sectores y empresas
que se benefician de la producción de riesgo, y otros que se encuentran
amenazados su existencia económica y su bienestar físico (97).
Las
“amenazas a la naturaleza” no son simplemente eso; señalarlas también significa
amenazar la propiedad, el capital, el empleo, el poder sindical, el fundamento
económico de sectores y regiones enteras y la estructura de los estados-nación
y los mercados globales. Por tanto, existen “efectos colaterales” de la
naturaleza y “efectos colaterales de los efectos colaterales” dentro de las
instituciones fundamentales de la primera modernidad (99).
Expresándolo
de forma un tanto cruda, podría afirmarse como conclusión que lo que para la
industria contaminante es el “medio ambiente”, para las regiones y sectores
perdedores afectados constituye la base de su existencia económica. La
consecuencia es que los sistemas políticos, en su arquitectura de
estados-nación, por una parte, y las posiciones de conflicto ecológico a gran
escala, por otra, se hacen mutuamente autónomos y originan desplazamientos
“geopolíticos” que someten a la estructura interna e internacional de los
bloques económicos y militares a tensiones enteramente nuevas, aunque también
ofrecen oportunidades nuevas. La etapa de la política de la sociedad del
riesgo, que empieza a escucharse hoy en el ámbito del desarme y la distensión
en las relaciones entre Oriente y Occidente, ya no puede entenderse en el nivel
nacional, sino sólo en el internacional, porque los mecanismos sociales de las
situaciones de riesgo no tienen en cuenta al estado-nación y sus sistemas de
alianzas (102).
No hay comentarios:
Publicar un comentario